martes, 19 de septiembre de 2017

A su debido tiempo

Dicen que detrás de la verdad se oculta un silencio.

Había llegado a mi vida en una lluviosa tarde de otoño. Nos tropezamos en la calle. Todos los informes que acababa de imprimir se precipitaron en el charco más repugnante que había en todo el barrio. Sí, ese que siempre miras con respeto, preocupado por su magnitud y colorido. Así que ahí estaba yo refunfuñando, concentrada en que mis viejas botas no se metieran más de lo estrictamente necesario. Por aquella época me había dejado de gustar ir de compras y en la suela de mis maravillosos botines se apreciaba alguna grieta. Él me pareció un imbécil. Se quedó ahí parado, en silencio. ¡Es que ni me avisó de que estaba manchándome los pantalones! Cruzamos una mirada. Intensa, sí, lo reconozco, pero no por ello me dejó de parecer un zoquete.

Pasaron varias semanas. Nos cruzamos, esta vez sin agua de por medio. No le dije nada. Él tampoco me saludó. No iba a hacer un esfuerzo que bien sabía no me sería correspondido. Había tardado, pero la lección la iba aprendiendo, que el barrio no es tan grande y siempre te encuentras un conocido. También con algún amigo. Se les veía en la mirada.

Ahora que lo pienso, no le he preguntado por su trabajo de aquellos tiempos, pues lo cierto es que cada vez que tenía que llevar papeles a la oficina de la calle principal, me le encontraba por allí. Muchas veces yo no le veía, pero algo me decía que él sí me observaba. Supongo que debiera haberme dado miedo, pero no podía. Su mirada tenía algo de puro que me removía el alma entera.

Fui yo quien dio los pasos. Una primera cita, tres paseos por el parque, un par de besos robados,... El chico era tímido y por más que pasaba el tiempo, había una capa de su corazón que no lograba atravesar. Desistí en mi empeño. No me hacía falta.

Después de siete años tomando yo la iniciativa, me ha llevado a su casa. Dice que tenemos que hablar. Me ha preocupado un poco. Nuestro amor sigue intacto  y ha asegurado que no se va a separar de mí. Ha abierto una puerta y con voz débil a comenzaba a hablarme de su pasado.
...

domingo, 10 de septiembre de 2017

Allí

Sobraban las formalidades, bastaba con despojar los pies de zapato alguno y dejar que todo fluyera. No importaban las horas previas, era tan fácil como sentir la arena en los pies. Allí, el cuerpo bailaba sin movimientos preconcebidos. Era la libertad bombeando por mis venas; era la vida desnudando mis entrañas. Tan sólo el infinito azul delante, sin detenerse a pensar en el mañana. Mejillas sonrojadas para versos enajenados.

Sé que pasará el tiempo, y me embriagara la nostalgia. Lo sé, mis dedos detendrán la danza de una complicidad enmarañada, mi piel añorará la primavera. Lo sé, ya nada será igual.

Quizá sea suficiente otro invierno... quizá sea suficiente otra playa... quizá sea suficiente que mis pies abrazan otra cascada.