Atacan en mitad de la noche. Abres los ojos y estiras las piernas. Sientes el frío de las sábanas. Tu respiración no es agitada y no entiendes qué te ha despertado. Solo escuchas una profunda oscuridad. Giras la cabeza y encuentras su cuerpo.
Procura no mirarle a los ojos, son unas redes de las que jamás podrás escapar. Procura no gritar si quieres conservar tu voz. No quieres acercarte y sin embargo tus pies caminan solos.
Elige si quieres la batalla o la distancia. No sonrías en la alambrada si sabes que aún hay espinas en esas flores. No te abandones si aún crees en la luna. Y si piensas que en la oscuridad hay estrellas que aún brillan, deberías aprender que solo el fuego está dispuesto a tomar tu mano.
Observa el abismo, sabes que es el camino por el que pasean tus insomnios contratados. Abrázate al tiempo. Abrázate al humo y la ceniza.
Si percibes su aliento es porque ya estás en sus brazos. Tus músculos se inmovilizarán. Sentirás el cuchillito que descienda por tu mirada. Nadarás en el lago en invierno y correrás por el desierto en verano. Hallarás fuego en los témpanos del silencio. Intentarás detener la lluvia. Puede que incluso veas amanecer mientras la sangre fluye por la playa esa tarde. No querrás moverte pese a calzarte las deportivas. No debería ser una losa sino un hermoso regalo. Encuentra el espejo que te lleve a la noche.
Ríete, la salida está cerca. Acéptalo como un don y deja que los dardos se claven en tu piel; el hielo los convertirá en espadas. Encuéntrate. Encuéntrate incluso cuando no tengas fuerzas. ¡Encuéntrate!
Roza su espalda y no toques su alma. No va a desaparecer. Tampoco te puede degollar. Acarícialo. Sabrá darte veneno para el huracán y vida en el atardecer. No te encariñes y aún menos pretendas olvidarlo. Siéntelo, pero no en los días nublados. Ámalo, y después retorna a tu piel.
Vuelves a mirar el techo mientras tus dedos recorren lentamente las arrugas de tus sábanas. Giras la cabeza y suspiras. Solo tu cuerpo y un puñado de tiempo congelado.