Habían llegado a la playa en silencio. Caminaban descalzos separados por varios metros. Sangraban.
Finalmente tragó saliva y se detuvo. Le aguardó. Se miraron a los ojos. No les hacía falta palabra alguna. Le tomó de la mano con ternura. No quería llorar pero su alma se vertía corriendo cautelosamente por sus mejillas.
El atardecer bañó un abrazo eterno. Sonrientes, vacilaban de dar el paso, pero había llegado el momento. El mar esperaba el sacrificio.
Cada uno se alejó en una dirección.