miércoles, 26 de abril de 2023

Int. Vestuario - Día

La ves entrar. Con una falda demasiado corta para su edad. Con las piernas depiladas. Calculas que tendrá unos doce años. Decides que se va a llamar Esther. La coleta perfecta. Rubia y de ojos intensamente azules. Ni una sola imperfección en el rostro. Ligero maquillaje. Masca un chicle sonoramente. Deja caer la mochila sobre el banco y se acerca al espejo. Se recoloca la camisa. De marca. Tira el chicle a la basura. Aplica un poco de brillo sobre sus labios. Observa en el reflejo a las otras mujeres. Desnudas. De pieles gastadas. De caderas anchas y pechos caídos. De tobillos hinchados y canas salpicando cada matojo de pelo. Ella no las mira con asco, ni siquiera con curiosidad. Su expresión es más bien altiva. Te ve a ti subiéndote las bragas. Sientes la intensidad de sus ojos recorriendo tu cuerpo y te da un poco de verguenza. A ti, que solo vas a playas nudistas. Ella regresa al banco y abre la mochila. Hay un cuaderno apenas usado entre los enseres para nadar. Saca el móvil y chequea sus redes sociales.

Ves entrar a otra chiquilla. Viste con vaqueros largos y una camiseta quizá demasiado infantil. Tendrá también unos doce. Le otorgas el nombre de Violeta. El pelo en una trenza completamente deshecha. Gafas de varias dioptrías. Tiene pecas y algún grano en la frente. Sus ojos apenas destacan bajo unas cejas muy pobladas. Carga con dos mochilas pesadas. Una de ellas repleta de libros. La guarda en la taquilla. Con la otra se acerca al banco. Intercambia una mirada con la chica del móvil. Se conocen, pero no se dirigen la palabra. Es difícil traducir su expresión. A medio camino entre la decepción y el cariño. A un paso del exceso de confianza y la sensación de seguridad más absoluta.

Mientras que la una regresa a Instagram, la otra se va cambiando. Violeta se concentra en su mochila. Sabiendo que el resto de mujeres pueden ver los finos pelos que adornan sus piernas entre moratones y cortes varios. Te fijas más en sus piernas. No quieres elucubrar pero no puedes no hacerlo. Sabes que esos cortes no son naturales. Casi en un gesto automático, te llevas la mano a la pulsera de tu mano izquierda. Le recuerdas.

Por un segundo te planteas si la primera le hace bullying a la segunda. Te planteas incluso si debes intervenir. Si debes inventarte una excusa y salvar a la pobre muchacha débil de su cruel abusadora. Te planteas el lenguaje con el que acabas de definirlas. Si debes otorgarlas esos papeles o tu cabeza se lo está inventando todo. Te planteas ser la heroína que descubre el pastel cuando no lo hiciste con quien se supone que querías.

Observas a Esther. Tiene las piernas cruzadas. Y aires de supremacía. Cruzáis la mirada. Os la sostenéis. Eres consciente de que llevas un rato observándolas en el sitio y a ojos de todos quizás seas tú la peligrosa. Te incomodas y te sientas para calzarte. Ella ha ganado. Pero tú las sigues vigilando por el rabillo del ojo.

Violeta ya se ha puesto el bañador. Es más bien un buzo que apenas deja piel al aire. Guarda la ropa perfectamente doblada.

La primera saca su bikini y se va al cuarto de baño. Tarda en regresar. Tampoco se escucha la cadena del retrete. Vuelve cubriéndose su estómago con la ropa que se acaba de quitar. Al llegar a la mochila, la intercambia por la toalla en un gesto rápido. La aprieta con fuerza contra su epidermis. Con la mano libre, guarda sin ningún cuidado la falda y la camisa. Se vuelve a sentar en el banco. De pronto parece haberse desinflado. Da la sensación de que es una buena deportista. Quizá incluso una nadadora de competición. Las dos lo parecen. Da la sensación de que a la primera no le importara saltarse ninguna clase. Excepto esa.

Violeta recoge la mochila de Esther y la guarda en la taquilla. La ayuda a ponerse el gorro. No les queda bien. Ni de lejos. No lo intentan una segunda vez. Se sienta a su lado y permanecen en silencio varios minutos. Da la sensación de que Violeta no se salta ni una sola clase. Pero que sabe hacer expeciones.

Tú ya no sabes cómo entretenerte. Has desenredado tu pelo e incluso lo has secado por completo cuando lo odias porque te lo deja encrespado.

La del buzo toma la mano de la chica del bikini. Solo cuando ésta se decide, ambas se ponen en pie. Caminan hacia la piscina. La una cubriendo su estómago con la toalla; la otra, apretando con fuerza su mano libre.

lunes, 3 de abril de 2023

Sábado de flores

Sábado. 1 de abril de 2023. ¿Cómo que 1 de abril de 2023? Imposible. No salen las cuentas. El calendario ha acelarado. Y también se ha ralentizado. El tiempo transcurrido en tres meses rebasa sus limitaciones hasta el punto de provocar que las mejillas se encharquen.

8:13h. Amanece. La luz se cuela débilmente por el velux. Suena el despertador. Pero no hay prisa por levantarse. No hay prisa. Solo calma y una sensación agradable de plenitud. La posibilidad y la necesidad de remolonear. De dejar que la piel también se desperece.

9:27h. Algo de música de fondo y la leche calentándose en el cazo. Los platos de la cena todavía sucios en el fregadero. Otra vez la calma y esa sensación de comodidad. Dedicarle unos segundos a planificar el día. Y a soñar con la vida. A acariciar la complicidad.

11:46h. El cuerpo se desliza en el agua de la piscina. Está fría. Fresca. Despeja la mente. Las brazadas son enérgicas y lentas a la vez. Los músculos responden casi de forma automática. Es agradable. Es esa sensación de bienestar físico. Las neuronas siguen escuchando la melodía de por la mañana. Algunas escriben. Otras optan por descansar. Muy pocas. Las suficientes.

13:09h. Las ventanas abiertas y el viento paseándose con calma entre el salón y el dormitorio. La escoba en la mano y el cubo de la fregona llenándose en la bañera. Poner en orden la casa. El hogar. También la mente. El otro hogar. ¡Qué sensación esa de ser libre! ¡Qué sensación y qué libertad! La cotidianeidad comienza a construirse como parte de una vida apacible.

15:12h. Varias migas en el mantel y el vaso vacío. El cuaderno también sobre la mesa. En una esquina. Como un recordatorio y un plan satisfactorio. El silencio es rasgado por los pitidos del teléfono. Un intento vano de ser ignorados. Aparece un exceso de engalanamiento. Porquería si no hay un núcleo al que llegar. Se subrayan los términos abstractos porque ya está todo lo demás exhaustivamente definido. Mientras que los labios dibujan una sonrisa permanente y reconocen la razón de su curvatura, no entienden cómo puede resultar tan fascinante.

16:35h. La concentración es difusa y el café se ha enfriado. Apenas se intuyen unas nubes diminutas en el cielo de Madrid. El incienso se ha consumido pero el humo todavía permanece entre las paredes. Hay un curioso equilibrio entre la necesidad de escribir y la de simplemente estar. Los recuerdos vienen y van. Vienen y se quedan. Se instalan cómodamente. Se vuelven a sentir. Se recrean en esa sensación de no tener que mentir, de sentir ese cosquilleo de contar la verdad, cualquiera que sea.

17:48h. Las uñas pintadas de blanco. Los pensamientos se instauran en las nuevas rutinas. En la calma. Podría acostumbrarme a esa sensación de felicidad. No. Espera. Ya me he acostumbrado.