domingo, 24 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 3/3

Regresa a la parte 1.

Regresa a la parte 2.


Miércoles 13 de Septiembre. 22:13h. Madrid centro.

He visto Finlandia en el Teatro de la Abadía, he caminado hasta Plaza de España y allí tomado el metro. Me he bajado al llegar a mi barrio. La estación queda cerca de mi edificio.

Subo las escaleras pensando en las ganas que tengo de escribir. En todo lo que quiero escribir. En que llevo más de media hora redactando mentalmente este texto y seguro que se me pierden las sentencias más elocuentes al transcribirlas. Tengo que utilizar la grabadora. Y no solo decir que la voy a utilizar.

Voy aún por el tercero y recuerdo la publicación que lleva desde el veintisiete de Agosto a medias en el blog. Pienso que tengo que elegir entre escribir o dormir. Entre dejarme fluir y quitarme más horas de sueño. Pienso en el cansancio que me está consumiendo. Y en el escaso tiempo libre que tampoco me permito disfrutar.

Abro la puerta y me abofetea la humedad. Tendí la ropa media hora antes de irme. ¡Mierda! Otra vez se me ha olvidado bajar la basura. No me lo reprocho. El cansancio se sube a la espalda. Me lleva acompañando varios días y no tengo intención de hacerle ni un solo arrumaco.

Cierro con llave y voy abriendo las ventanas. La habitación está bien. Por la cocina paso rápido. Me da asco. Se amontan los cacharros. Como la lista de tareas pendientes. El salón todavía está decente. El mantel está quitado. Por eso esparzo sobre la mesa todo el contenido de mi tote bag. Junto al calendario de fechas de Septiembre y Octubre que no sé si debería empezar a ignorar. Si seré capaz de hacerlo. La habitación está impoluta. Me pongo el pijama. Un camisón azul que lleva conmigo muchos años.

Me siento en el salón frente al ordenador y escribo. Una mosca revolotea en torno a la pantalla. Me como un yogur natural y sigo escribiendo. Esta vez no me quedo con las ganas. Aunque cada vez me esté costando más mirar la pantalla sin que la luz me desgarre la retina. Suena poético pero así lo siento sobre los ojos. No quiero mirar la hora pero en algún momento lo hago. Soy consciente de la tremenda parrafada que me acabo de marcar.

Pienso que voy a apagar el ordenador y a darle una vuelta esta noche a la idea de si quiero publicar el texto o no. Pienso en la mezcla de realidad y ficción. En lo inventado. Lo pensado. Lo sentido. Lo pretendido. Lo ignorado. Lo real. En verdad pienso que lo que debería hacer es dormir y no pensar hoy ya más y que la decisión la tengo muy clara, que si espero a mañana es para revistar las faltas ortográficas (y solo las ortográficas) porque ahora ya la mente no es más que una maraña que no se puede atravesar.

El móvil está a escasos veinte centímetros de mi mano izquierda. Mi pelo anda medio suelto. La mosca se posa sobre el marco de la ventana. Los vecinos escuchan la tele mientras preparan la cena. El camión de la basura se ha parado un poco más abajo de mi calle. Son las 23:37h.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 2/3

Regresa a la parte 1.

Miércoles 13 de Septiembre. 21:57h. Madrid centro.

He salido del Teatro de la Abadía, de ver Finlandia. Camino en la noche. Bajo una brisa fresca agradable.

Tomo el metro en Plaza de España. Abajo hace calor. El andén está lleno. No a rebosar. Hay gente. Está lleno. Hay gente por todas partes. No está saturado. Quedan dos minutos. Me paro hacia el inicio del andén.

A mi lado se detiene una pareja. Unos treinta. Treinta y tantos. Llevan tres maletas medianas. De ruedas. No modernas. Tampoco antiguas. Son españoles. Él lleva boina y deportivas de una marca que no conozco. Se ven muy cómodas. Prácticas. Ella está cansada y dice que le pica la espalda. Él la besa. Con una dulzura inmensa. Comenta algo sobre unas llaves. Ella se resca la espalda con la mano izquierda y apoya la derecha cariñosamente sobre el pecho de él. Les observo por el rabillo del ojo. A ellos y a sus maletas. Quiero preguntarles: quiénes son, de dónde vienen y a dónde van. Pienso que son dos personas interesantes. Que me agradaría la conversación y acabaríamos por intercambiar nuestros números de teléfono, y a la larga acabaríamos enviándonos cartas postales. Porque es más divertido.

En lugar de eso, enciendo la pantalla de mi móvil, lo desbloqueo y me pongo a estudiar danés.

Nos subimos al vagón. Y a ellos y a sus maletas les pierdo de vista. Me da un poco de pena. Ahora escojo para la escena a dos mujeres y dos hombres. Hablan entre ellos. Trabajan juntos. Ellas visten con pantalón negro y camisa marrón claro. Ellos van trajeados. El que es más mayor está sentado. Tiene marcadas entradas y el pelo muy canosa. En la muñeca izquierda, un reloj de marca. En la cadera, un bolsito negro de National Geographic. Lo cierto es que por un momento pienso que es extranjero. Asiente a la conversación de los otros como quien no está entendiendo ni papa pero es óbice que parezca que pilla todo. Luego descubro que habla en un perfecto castellano. No termino de destacar su origen fuera de nuestras fronteras.

En Callao monta mucha más gente. Entran antes de dejar salir. La gente me da asco. A la gente le da todo igual. La gente da asco. Y está cansada. La gente se amontona. Todavía no somos sardinas enlatadas. Queda algo de aire para respirar. Las conversaciones no son un murmullo. Tampoco un griterío. Es un ecosistema propio.

En mi parada, me cuesta llegar a la puerta. Da igual que pidas el paso. Da igual que quieras abrirte paso. Da asco. La gente se amontona en las escaleras mecánicas. Tienen que esperar para no moverse. Yo subo a patita sin olerle el culo al de delante ni que me lo huelan a mi.

Salgo a la superficie. El supermercado sigue abierto. Son pasadas las diez de la noche. No va a cerrar. Está abierto las veinticuatro horas. Se ven largas colas. Más que en muchos otros momentos del día. La gente me da asco. La gente solo piensa en pasar tiempo con su familia, salir con sus colegas. No en que lo hagas tú también. Vuelvo a decirlo, ahora en voz alta: La gente me da asco, y eso es un pensamiento soterrado que va más allá de los gestos amables que disfruto en mi entorno. Ellos no. Los otros sí. La gente da asco. ¿Las personas?... También.


Continúa en la parte 3.

jueves, 14 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 1/3

Miércoles 13 de Septiembre. 21:32h. Madrid centro.

Salgo del Teatro de la Abadía. He visto Finlandia, una obra de Pascual Rambert interpretada por Israel Elejalde e Irene Escolar. Estuvieron al inicio de la temporada pasada y me la perdí. Compré la entrada en Julio. Una mala decisión, ciertamente. No, venga, va, una decisión no meditada consecuentemente. La obra muestra a una pareja discutiendo. Una hora y veinte minutos. Es realmente intenso. Los silencios están cargados. Me apetecía verla porque admiro mucho a Irene. Es una bestia sobre el escenario. La obra... incómoda. Se siente como una paliza. Una paliza sobre un cuerpo cansado.

Decido regresar un tramo caminando. Corre una brisa agradable. Fresca. El móvil en la mano. Las terrazas llenas. Los semáforos. El claxon. Las calles medio vacias. Los jóvenes tomando algo. La noche sin sus estrellas. Las miradas continuas a la pantalla del móvil. Da asco.

Siento que me estoy arrastrando por Septiembre. Mi cuerpo está cansado. Mi cuerpo no aguanta más. Mi mente no aguanta más. Y quiero decirme que yo puedo con ello pero estoy afónica. Literalmente.

Camino por Moncloa. Me dejo llevar. Mi cuerpo atraviesa las calles de forma automática. Porque las conoce. Porque simplemente se deja ir. Con la mente en blanco. Las calles están llenas. De jóvenes bebiendo en las terrazas. Pienso que no están cansados. Pero no puedo juzgarlo. Pienso en escribir este texto. Y en que tengo que volver a utilizar la grabadora.