sábado, 16 de septiembre de 2023

Al salir del teatro - 2/3

Regresa a la parte 1.

Miércoles 13 de Septiembre. 21:57h. Madrid centro.

He salido del Teatro de la Abadía, de ver Finlandia. Camino en la noche. Bajo una brisa fresca agradable.

Tomo el metro en Plaza de España. Abajo hace calor. El andén está lleno. No a rebosar. Hay gente. Está lleno. Hay gente por todas partes. No está saturado. Quedan dos minutos. Me paro hacia el inicio del andén.

A mi lado se detiene una pareja. Unos treinta. Treinta y tantos. Llevan tres maletas medianas. De ruedas. No modernas. Tampoco antiguas. Son españoles. Él lleva boina y deportivas de una marca que no conozco. Se ven muy cómodas. Prácticas. Ella está cansada y dice que le pica la espalda. Él la besa. Con una dulzura inmensa. Comenta algo sobre unas llaves. Ella se resca la espalda con la mano izquierda y apoya la derecha cariñosamente sobre el pecho de él. Les observo por el rabillo del ojo. A ellos y a sus maletas. Quiero preguntarles: quiénes son, de dónde vienen y a dónde van. Pienso que son dos personas interesantes. Que me agradaría la conversación y acabaríamos por intercambiar nuestros números de teléfono, y a la larga acabaríamos enviándonos cartas postales. Porque es más divertido.

En lugar de eso, enciendo la pantalla de mi móvil, lo desbloqueo y me pongo a estudiar danés.

Nos subimos al vagón. Y a ellos y a sus maletas les pierdo de vista. Me da un poco de pena. Ahora escojo para la escena a dos mujeres y dos hombres. Hablan entre ellos. Trabajan juntos. Ellas visten con pantalón negro y camisa marrón claro. Ellos van trajeados. El que es más mayor está sentado. Tiene marcadas entradas y el pelo muy canosa. En la muñeca izquierda, un reloj de marca. En la cadera, un bolsito negro de National Geographic. Lo cierto es que por un momento pienso que es extranjero. Asiente a la conversación de los otros como quien no está entendiendo ni papa pero es óbice que parezca que pilla todo. Luego descubro que habla en un perfecto castellano. No termino de destacar su origen fuera de nuestras fronteras.

En Callao monta mucha más gente. Entran antes de dejar salir. La gente me da asco. A la gente le da todo igual. La gente da asco. Y está cansada. La gente se amontona. Todavía no somos sardinas enlatadas. Queda algo de aire para respirar. Las conversaciones no son un murmullo. Tampoco un griterío. Es un ecosistema propio.

En mi parada, me cuesta llegar a la puerta. Da igual que pidas el paso. Da igual que quieras abrirte paso. Da asco. La gente se amontona en las escaleras mecánicas. Tienen que esperar para no moverse. Yo subo a patita sin olerle el culo al de delante ni que me lo huelan a mi.

Salgo a la superficie. El supermercado sigue abierto. Son pasadas las diez de la noche. No va a cerrar. Está abierto las veinticuatro horas. Se ven largas colas. Más que en muchos otros momentos del día. La gente me da asco. La gente solo piensa en pasar tiempo con su familia, salir con sus colegas. No en que lo hagas tú también. Vuelvo a decirlo, ahora en voz alta: La gente me da asco, y eso es un pensamiento soterrado que va más allá de los gestos amables que disfruto en mi entorno. Ellos no. Los otros sí. La gente da asco. ¿Las personas?... También.


Continúa en la parte 3.

No hay comentarios:

Publicar un comentario