viernes, 28 de julio de 2017

A-dependiente del tiempo

Hacía tres años que había optado por no utilizar reloj de pulsera, y oye, que parecería una tontería, pero vivía mucho más feliz. Me dejaba guiar por mi intuición, aunque a veces la posición del sol también me ayudaba. Y no me iba nada mal: por el momento nunca había llegado tarde ni al trabajo ni a ninguna cita, pero he comenzaba a detestar a quienes miran de manera constante su reloj, complicando algo tan sencillo como disfrutar de la mutua compañía.

Después le llegó la jubilación al despertador. Un día se me olvidó ponerlo y como no tuve problemas para levantarme en hora opté por dejar de usarlo. Al poco se quedó sin pilas y lleva marcando las cinco y cuarenta y tres minutos desde entonces.

Le siguió el de la pared de la cocina y el del salón. Y no recuerdo si fue antes o después pero la cadena de radio perdió la hora en algún apagón y ya no me molesté en que la recuperara.

Ahora ya sólo me marca el momento del día la televisión, que mantengo por mis sobrinos y que sólo enciendo cuando ellos llegan, y el móvil, que me estoy planteando enterrar en el jardín.

Tan acostumbrada estaba ya a esa ausencia de horarios, que cuando le propuse a Martín que se viniera a vivir conmigo no tuve en cuenta el detalle, pues él, aunque respeta mi decisión, sí que depende del tiempo. Cada noche se quita su reloj de pulsera y lo deja sobre la mesilla. Entonces mi cabeza no puede más que concentrarse en su rítmico tic-tac, tic-tac, TIC-TAC, TIC-TAC.

Llevo ya tres noches sin apenas dormir, y aunque lo hemos hablado, él insiste en su necesidad de escuchar el tiempo como yo en la urgencia porque se deshaga de ese cachivache. Sinceramente creo que esto a acabar con nuestra relación.

viernes, 14 de julio de 2017

Coffee & conversation

Podrían devorarse con la mirada mientras se cogen de la mano de manera tímida. O lo mismo preferían comerse a besos antes de pasear descalzos por la playa. No es que se miren emocionados y no sean capaces de pronunciar palabra alguna (y claro me queda que el don de la palabra no lo han perdido porque las llamadas las atienden perfectamente. Sin embargo, en mis ya diez minutos de café matutino no les he oído intercambiar palabra alguna), pero tengo claro que hay algo entre ellos. El único problema es que su continuo interés por la pantalla de sus respectivos móviles me impide saberlo.

Sobre la mesa una taza de café vacía y un granizado verde a medio terminar (yo también lo habría abandonado con ese colorcito que tiene). Ella guarda el móvil en una mochilita de cuero y se pone una chaqueta. Observa sin interés a todos los que estamos en la cafetería. Por unos segundos devuelvo mi atención al ordenador (no sé si es que me han entrado de repente los remordimientos y me avergüenzo de andar cotilleando). De manera muy formal se levanta y comenta que va al baño.

Consigo verle la cara a él. Ojos verdes y pelo castaño, no se puede decir que sea una hermosura pero tiene su atractivo. Parece aburrido. Mira su reloj y parece lamentarse.


Ella regresa y por fin el joven levanta la mirada del móvil. Ahora es él quien se dirige al baño. Ella se sienta y se traga sin respirar el potaje verde de su vaso de plástico. No pasa ni medio minuto cuando él está de vuelta. Sonríe, pero me parece que es por cortesía. Sin mediar palabra parecen haber decidido abandonar la cafetería. Manteniendo una distancia que parece de seguridad, cruzan el largo pasillo de mesas y salen a la calle.


La taza y el vaso de plástico están juntos en la mesa ahora ya vacía, pero sigo sin tener claro qué tipo de relación los une.