Podrían devorarse con la mirada mientras se cogen de la mano de manera tímida. O lo mismo preferían comerse a besos antes de pasear descalzos por la playa. No es que se miren emocionados y no sean capaces de pronunciar palabra alguna (y claro me queda que el don de la palabra no lo han perdido porque las llamadas las atienden perfectamente. Sin embargo, en mis ya diez minutos de café matutino no les he oído intercambiar palabra alguna), pero tengo claro que hay algo entre ellos. El único problema es que su continuo interés por la pantalla de sus respectivos móviles me impide saberlo.
Sobre la mesa una taza de café vacía y un granizado verde a medio terminar (yo también lo habría abandonado con ese colorcito que tiene). Ella guarda el móvil en una mochilita de cuero y se pone una chaqueta. Observa sin interés a todos los que estamos en la cafetería. Por unos segundos devuelvo mi atención al ordenador (no sé si es que me han entrado de repente los remordimientos y me avergüenzo de andar cotilleando). De manera muy formal se levanta y comenta que va al baño.
Consigo verle la cara a él. Ojos verdes y pelo castaño, no se puede decir que sea una hermosura pero tiene su atractivo. Parece aburrido. Mira su reloj y parece lamentarse.

Ella regresa y por fin el joven levanta la mirada del móvil. Ahora es él quien se dirige al baño. Ella se sienta y se traga sin respirar el potaje verde de su vaso de plástico. No pasa ni medio minuto cuando él está de vuelta. Sonríe, pero me parece que es por cortesía. Sin mediar palabra parecen haber decidido abandonar la cafetería. Manteniendo una distancia que parece de seguridad, cruzan el largo pasillo de mesas y salen a la calle.
La taza y el vaso de plástico están juntos en la mesa ahora ya vacía, pero sigo sin tener claro qué tipo de relación los une.
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