Hace no mucho me decía mi abuela que el año no terminaba en diciembre, y que de poco servían los propósitos de año nuevo que hacemos en enero. Me contaba que es el mes de septiembre el que marca el inicio de una nueva etapa, y si bien es cierto que otros años ya tenía yo esa sensación, en esta ocasión no puedo estar más de acuerdo, me enfrento a los últimos días del año vislumbrando un camino con oro en la cumbre. Sólo tengo que elegir las herramientas adecuadas.
Ya pueden ser escalones desiguales, embarrados o estar cubiertos de malas hierbas, es la escalera que he elegido subir. Soy consciente de que es una de las más difíciles pero también sé, que por muy estrecho y complicado que se vuelva el camino, siempre hay gente que sale a tu encuentro para recordarte que el triunfo está en el camino. Son ángeles que no sólo renuevan tu energía, sino que la duplican.
Hoy retorno a la ciudad con el fiel convencimiento de que este verano me he tropezado un par de veces en las escaleras. Los moratones se han convertido en lecciones aprendidas, y si ha habido sangre era para recordarme que hay luz en el futuro.