jueves, 31 de agosto de 2017

En la base de la montaña

Hace no mucho me decía mi abuela que el año no terminaba en diciembre, y que de poco servían los propósitos de año nuevo que hacemos en enero. Me contaba que es el mes de septiembre el que marca el inicio de una nueva etapa, y si bien es cierto que otros años ya tenía yo esa sensación, en esta ocasión no puedo estar más de acuerdo, me enfrento a los últimos días del año vislumbrando un camino con oro en la cumbre. Sólo tengo que elegir las herramientas adecuadas.

Ya pueden ser escalones desiguales, embarrados o estar cubiertos de malas hierbas, es la escalera que he elegido subir. Soy consciente de que es una de las más difíciles pero también sé, que por muy estrecho y complicado que se vuelva el camino, siempre hay gente que sale a tu encuentro para recordarte que el triunfo está en el camino. Son ángeles que no sólo renuevan tu energía, sino que la duplican.

Hoy retorno a la ciudad con el fiel convencimiento de que este verano me he tropezado un par de veces en las escaleras. Los moratones se han convertido en lecciones aprendidas, y si ha habido sangre era para recordarme que hay luz en el futuro.


sábado, 26 de agosto de 2017

Él

Tenía llaves, pero aún así, llamó al timbre. Eran las once de la noche y disfrutaba de un Gintonic en la terraza mientras observaba a la luna bañándose en el mar. Avancé a oscuras por la casa con mi traje de noche. No le esperaba.

Nada más abrir la puerta se abalanzó sobre mis labios. Creí que jamás daría el paso.

Cuando se apartó, sus mejillas sonrosadas y los ojos brillantes le impedían hablar. Tampoco nos hacía falta.

Le tomé de la mano y le hice pasar al salón. Me sonrió con ternura. Por primera vez, le sentía realmente enamorado. Dejó el sombrero en la mesa y salimos al balcón.

Las estrellas brillaban en el cielo acunando el rugir de la mar.
Iríamos paso a paso, pero ya no había vuelta atrás.

martes, 22 de agosto de 2017

Salud mental

Una buena sobremesa, el amanecer veraniego, la lluvia en la ventana acurrucado con la manta, echarse unas risas a las tres de la tarde, ese paseo que se convierte en "el paseo"...

Son instantes de calma y felicidad en los que no hace falta nada; dejar la mente en blanco, completamente en blanco, y sin ser consciente de ello, dejar que el tiempo pase... y disfrutar.


A veces pienso que el ser humano sólo se queda con el primer plano, la rosa que reluce hermosa en una tarde de verano. Pero tiene espinas, y el sol quemará sus pétalos si la lluvia se retrasa tan sólo unas horas. Afortunadamente, siempre hay un segundo plano, farolillos que en la noche adviertan de que un alma se está perdiendo, pero que aún puede sobrevivir haciendo trabajar a la regadera.

Deberíamos ser consciente de lo que es la salud mental, porque el cansancio físico no tiene mejor cura que unas horas de relax, pero ¡ay, señor! cuando es el alma el que se desvanece. Hay que reconocerlo, y ese es quizá el mayor de los obstáculos, lo que no pone nada fácil esta modernista civilización. Afortunadamente, siempre hay personas farolillo que son ángeles sea de noche o bien de día, y que poco a poco riegan la esencia de uno para que los pequeños instantes renueven las hojas secas.

Son dos procesos que se suceden al igual que la tormenta y el cielo despejado, porque mientras que la rosa agradecerá esa lluvia torrencial, habrá quienes se recreen en la compañía de una tarde soleada. Y ambas, por igual, conformarán el mundo de la realidad.