Todos la manoseaban, la zarandeaban sin el menor cuidado. A veces incluso volaba por los aires. Hasta aquel momento nadie se detuvo a apreciar su delicada madera, a tratarla con el esmero que se merecía.
Entonces cayó en sus manos y durante un tiempo recuperó parte de su viveza. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. La curiosidad le llevó una tarde a mirar en su interior. Hizo bien. La caja contenía el mayor y más preciado de los tesores: no era una simple colección de joyas preciosas, era mucho más que eso. En aquel momento, todos quienes atrás la menospreciaron, aparecieron de pronto ansiosos por recuperar lo que un día habían acariciado.
Al principio, él se había mantenido fiel a sus principios, cuidándola con el mismo cariño que el primer día. El mundo entero suspiraba por el tesoro de aquella cajita. Entonces él sucumbió y una noche sacó de su interior todas las joyas y las guardó en un saquito de esparto que amarró a su cinturón. Después, llenó la cajita con piedras y la depositó a la entrada del pueblo más cercano. Lo recogió una campesina al amanecer y, al comprobar su contenido, no hizo si no arrojarlo contra los matorrales decepcionada.

El mundo siguió codiciando aquel tesoro perdido ya para el resto de la humanidad.
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