La puerta está cerrada.
No hay ventanas.
Gritas.
Como los demás.
Golpeas hasta que tus puños sangran.
Caes y te levantas.
Como los demás.
Lo vuelves a intentar.
Estás solo
y te alegras.
No sabes
de qué hubieras sido capaz
si hubiera otros.
Te arrodillas.
Asumes tu drama
y lloras.
Como los demás.
Te crees que lo has superado,
que duele
pero dejará de hacerlo.
Te acomodas en el silencio.
Dejas que las horas pasen.
Abres los ojos
y vuelves a gritar.
Te derrumbas.
Más que nunca.
Más que antes.
Como los demás.
Abandonas.
Te salvas.
O te salvan.
Y ahí fuera
chequeas tu cuerpo.
No encuentras las cicatrices
pero te crees que has aprendido.
Te lo dicen los demás.
Te aferras a tu discurso.
Lo defiendes.
Lo apaleas.
Arañas tu piel
con cada zancada.
Te dejas arrastrar.
Solo un poco.
Como los demás.
Encuentras tu cuarto.
Cierras la puerta.
Te encadenan.
Y dejas que sigan
jugando contigo.
Como los demás.
Y piensas que queda esperanza,
que quieres luchar por ella.
Y cierras los ojos.
La puerta también está cerrada.
No hay ventanas.
Gritas.
Como los demás.
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