Se acerca andando hasta el Templo
de Debód. No es un paseo muy largo, agradable si el tiempo acompaña, eterno si
el cielo se pone en su contra. A veces incluso, coge el metro. El autobús no
porque da mucha vuelta y ella tiene cosas más importantes que hacer.
La primera media hora la dedica a
observar a los viandantes. Acaricia a dos de cada tres perros que se le acercan
y le hace una carantoña a la mitad de los niños pequeños que están aprendiendo
a caminar. A los demás los ignora.
Después saca todos los periódicos y
los apoya sobre sus muslos. Los ojea uno a uno y los va devolviendo a la bolsa.
No se salta ni un solo artículo o anuncio. La lectura en profundidad es para la
tarde, cuando se sienta en el sillón frente al ventanal del salón con una
humeante taza de té y una copita de whiskey.
Aunque no levante la vista del
papel, presta atención a las conversaciones de los viandantes, sobre todo de
los extranjeros; sus favoritas: las de jóvenes estudiantes nórdicos.