Me perdí en el chat que no sé contestar. Ni quiero. En las promesas
vacías. En los festivos que no fueron para descansar. En el reloj que dejó de
marcar la hora hace tres meses y al mismo al que le quité la pila hace dos
años.
Nos perdimos en vagones de direcciones opuestas y paseos por
la montaña que solo llegamos a planificar. En el regalo de cumpleaños que sigue
al fondo del armario. En el piso de estudiantes que anhelábamos compartir y en el que nunca coincidiámos. En la película que no nos gustó y dijimos que había sido
fascinante. Increible. Toda una experiencia para los sentidos.
Nos perdieron las otras prioridades y los reencuentros para
más adelante. Los abrazos que retuvimos y las lágrimas que se secaron antes de
salir de los párpados. Las voces que recriminaban un exceso de confianza. Ellos y la necesidad de culparles en lugar de pararnos a analizar porqué lo desgastamos nosotras.
Se perdió. Primero ardió y luego se congeló.
Se perdió y el viento esparció las cenizas.
Se perdió y ahora ya no es.