Un movimiento que se repite. Parece casual. Es mecánico. La respiración puesta en pausa. Parece forzado. Está flotando. Los huesos manejados por la inercia y los músculos atrofiados. El día de mañana. El día de después. La mirada sobre el horizonte y los pies sobre el ayer.
Una pataleta. Una soga. Un mordisco. El océano que solo está en la memoria. Una zanja. Un acueducto. Un precipicio. Algunas noches de insomnio y otras que se esfuman por el vórtice del cansancio. Una laguna. Un conjunto de lagunas no son lagos.
Siento una piedra angular entre el calcetin y la deportiva. Me lo quito y lo sacudo. Me calzo de nuevo. Ahí sigue. Lo ignoro. Ahora no está. Ahora se ha cambiado de pie.
A veces encuentro a la luna entre las luces de la ciudad. La contemplo pero ya no me da paz. Está ahí porque es parte de la bóveda celeste pero yo ya no pertenezco a su cuadro, la miro de pasada entre el resto de pinturas que conforman el museo de la capital.
Una almohada sin funda. Una cama sin colchón. La duda sobre la mesilla. La ausencia de respuestas sobre la lámpara de noche. Un conjunto de metáforas para un suspiro sin aliento.
Sara eres una crack.
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