martes, 29 de noviembre de 2016

Claroscuros

Los primeros copos de nieve caían sobre la ciudad. Entre las calles embarradas un joven arrastraba los zapatos con la cabeza bien alta. Los pies comenzaban a dolerle mientras su cara perseguía la indiferencia.

El parque estaba vacío y el trinar de los pájaros no era más que un eco lejano de la naturaleza. El silencio reinaba y la calma lo amordazaba.

Eligió el segundo banco de madera. Allí soplaba menos el viento. Podría ser su nuevo hogar. Se sentó con la mirada perdida. Sus manos tocaron un trozo de tela. Lo observó pensativo. Ahora le pertenecía. Estaba dentro de su casa. Se puso la bufanda y cerró los ojos.

Silencio. Pasos. Silencio. Carraspeo.

-¿Sir Albert?
-Aah - parpadeó.
-Soy el Duque de Mestranza. Mantuvimos correspondencia, ¿lo recuerda?
-Supongo - pronunció lentamente.
-Me sorprendió su telegrama. No pensé que necesitara el dinero tan pronto. Pero no se preocupe. Aquí le traigo el pagaré.
-Claro - tardó en reaccionar - ¿Cómo me has reconocido?
-La bufanda. Me habló de ella en las primeras cartas. Ese color, ese color tan vivo,... y sus iniciales.
-Sí, sí, claro.

El joven acarició el fino hilo que conformaba la letra A. La nieve dejó de caer y el cielo se tornó gris. A lo lejos, la ciudad latía. Motores y gritos atormentaban al silencio.

-Sir Albert - pensó - Suena bien. Muy bien.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Y no puedo más que suspirar en mi particular cautiverio

El corazón se aceleró y mis ojos brillaban como pocas veces. Fue tan especial que aún hoy se me encoje el alma.

Hace unas semanas acudí a la Residencia de Estudiantes de Madrid, aquella en la que grandes como Severo Ochoa o Luis Buñuel. Esa tarde programaban Leyendo a Lorca, una lectura dramatizada. Mi acercamiento a este autor es muy escaso, tan sólo leí Bodas de Sangre (1933) y reconozco que no me enteré de mucho, menos mal que todo lo solucionó La novia (Paula Ortiz, 2015).

La cuestión, que iba un poco sin saber qué encontraría, y por poco me quedo sin saberlo. Estaba abarrotado. Me tocó al final del todo en unos sofás bajos desde el que no podía ver a la protagonista, Irene Escolar.

Aquello comenzó y mis sentidos despertaron de su letargo. Me quedé de pie y fui incapaz de sentarme. No hacía falta más que escucharla, pero de verdad que la intensidad sobre el escenario merecía ser contemplada. En cada silencio la estancia seguía bañada en poesía. El público (1930) que cuando lo vi en teatro apenas logré seguirla, cobró vida aquella noche, porque ella transmitía tanto y él escribía tan bien.

Sólo son palabras, pero tan bien hiladas, tan bien pronunciadas, con tanta intensidad y emoción, que pese a que mi pies llegaron cansados, todo quedó en un segundo plano y permanecí inmóvil contemplando a una verdadera artista que emanaba verdad en la mirada.

Y ese 21 de octubre volví a SENTIR. Y me temo que por mucho que escriba, no seré capaz de transmitir la realidad porque su fuerza era tan grande... que me siento pequeña. En mi embriaguez, los silencios pasaron a ser huecos, y me asustaban porque llenaban mi pecho de ardiente vida.

Es la segunda vez que me pasa esto. Todo comenzó con Lluvia Constante (Keith Huff,versión de David Serrano, 2014), cuando con los aplausos se me formó un nudo en el estómago y mis piernas comenzaron a temblar. La trama, la escenografía, los actores y su interpretación,... era todo asombroso, y, aun así, había algo superior que rompía mis esquemas y no me permitía más que suspirar. Y cuando pasa esto... es que... es tan asombroso, que siento no saber expresarlo.

En mi regreso a la civilización quise que mis sentidos se apagaran ante la debilidad de la ciudad. Creo que si no hubiese sido por el rugir de los motores que cruzaban ante mis ojos, no hubiera sido capaz de volver a la realidad, porque lo que había sentido era tan intenso, tan hermoso...

En un par de semanas volveré a verla, esta vez en el Teatro Pavón Kamikaze, y pese a ser consciente de que no será lo mismo, que ahora sé a lo que voy, sueño con volver a vivirlo.

Concluyo con unos versos (o un intento) que se me ocurrieron nada más salir.

Él que suena por su boca
y brilla en su mirada.
Poeta, artista
dictador de sentimiento.
Actriz, artista
provocadora de los sentidos.

Hoy, que el bullicio de la ciudad
me resulta atronador,
miro el agua, las flores,...
y sólo escucho a Lorca
en voz de Irene Escolar.

P.D.: Vayan a verla si tienen la oportunidad. Dudo que pueda defraudarles.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Noche para la furia

Estoy furiosa, tan furiosa que ni soy capaz de que salgan las lágrimas, ni de que mis labios pronuncien palabra alguna sin vomitar veneno pese a tratar de ser sincera.

Parece ser que querer hacer las cosas bien a la tercera es de ser perfecta, que hay que repetir seis tomas por la incompetencia y falta de profesionalidad independientemente de tus planes personales. ¡O no! Porque si tu vida pasa por salir los fines de semana a emborracharte, no pasa nada, se deja el trabajo para un día de diario, que no hay nada que hacer. Y entonces mi sangre comienza a hervir, porque claro, una que es rara, prefiere tomar clases extraescolares a diario, y en los fines de semana divertirme un rato y dedicarle un tiempo a los estudios. Creo que no se lleva hacer bien las tareas de la universidad y disfrutarlo, aunque sean las prácticas de tu futuro trabajo. Pero cuidado, ¡porque eso es ser perfecta!

Siento furia porque una de mis proyectos personales verá la luz muy pronto (y se me ilumina el rostro de orgullo sin poder evitarlo) y no puedo hacer un mísero comentario, porque claro, hago “me meto en demasiados embolados por mi propia cuenta” y debería aprovechar las horas de reunión de los trabajos para comentar el estado de la discoteca famosa que por supuesto no he visitado nunca.

Mis dientes comienzan a rechinar cuando escucho las quejas de quien protesta porque al haber hecho el trabajo en una sola tarde se merece mejor nota que otra que lleva dos semanas trabajando en él, y con toda la indignación del mundo le suplicara al profesor (que por lo visto se ha vuelto de lo más exigente y antipático) que te suba la nota porque te lo mereces.

Soy incapaz de que la calma y la paciencia se vuelvan a apoderar de mí porque el dichoso móvil (que me temo que hoy se suicida sin que pueda detenerle) no deja de vibrar a causa de la famosa mensajería instantánea. Al parecer ahora urge terminar la práctica. ¡Lástima que hoy la más que cronometrada clase de doblaje dure una hora más…! Lo del móvil ya lo trataré otro día en que la bilis bañe mis pensamientos. El asunto móvil es incapaz de no sacarme de mis casillas.

Bien, pues creo que ya he tenido suficiente y que pese a todo, me recuperaré como vengo haciendo a lo largo de la última semana. Es lo que toca. Solo me avergüenza la fuerza con que he tratado al teclado de mi ordenador, que no ha sido más que testigo de mi urgencia viperina. Siento si he sido ambigua, repetitiva y poco concreta; entiendan que no lo podía evitar.

Oh, y Sara, recuerda que no puedes quejarte porque eres perfecta, y eso corrompería tu brillante historial.


PD: Cuidado con los proyectos personales que os roban tiempo de estar a la moda. Yo por mi parte seguiré escribiendo orgullosa y procurando dejar la ironía en este post. Otro noche de furia me tocará hablar de cine… o de la ira de ciertas tardes.

martes, 1 de noviembre de 2016

19:37 - La hora del cotilleo

Los apuntes descansan sobre el escritorio en lo que parece que será una tarde lo más soporífera. En mi aturdimiento de fechas, cineastas y sus correspondientes películas, voces de gallinero atraen mi atención. Un grupo de vecinos reunidos junto al portal, tienen cara de extrema preocupación. La madre señala hacia arriba con gesto amenazador. Me preocupo y pienso que a lo mejor intenta saltar desde la venta,... o ¿un gato? (aunque creo que no tienen). Casualmente baja la vecina del segundo a pasear a los perros,... dos horas antes de lo habitual. La madre llama su atención. Ahora comprendo que señala a una compacta masa negra por debajo de una ventana, alrededor de la que sobrevuelan pequeños puntos alados.

La del tercero corre la cortina y se acerca peligrosamente a la ventana, pero aún no se atreve a abrirla; y la del primero llega en el momento más oportuno olisqueando el cotilleo. La cara de vergüenza del hijo es un auténtico poema.

Sintiéndome parte de ese cuadro de marujeo, centro mi mirada en la naturaleza enlatada de la plaza. El jardinero está arreglando la verja para que el escuálido arbusto no moleste demasiado a la tecnológica población. Más allá unos obreros reducen la tierra de un árbol, cubriendo el suelo con unos horrendos adoquines.

Cojo el boli para continuar pasando apuntes, pero de nuevo mi atención se queda más allá de la ventana. La del segundo se aleja con sus perritos sin volver la vista atrás y la del tercero ha bajado hasta la persiana. No queda nadie en el portal.

20:37 - La colmena sigue allí arriba, pero se ha acabado la hora del cotilleo.

8-10-2016