martes, 29 de noviembre de 2016

Claroscuros

Los primeros copos de nieve caían sobre la ciudad. Entre las calles embarradas un joven arrastraba los zapatos con la cabeza bien alta. Los pies comenzaban a dolerle mientras su cara perseguía la indiferencia.

El parque estaba vacío y el trinar de los pájaros no era más que un eco lejano de la naturaleza. El silencio reinaba y la calma lo amordazaba.

Eligió el segundo banco de madera. Allí soplaba menos el viento. Podría ser su nuevo hogar. Se sentó con la mirada perdida. Sus manos tocaron un trozo de tela. Lo observó pensativo. Ahora le pertenecía. Estaba dentro de su casa. Se puso la bufanda y cerró los ojos.

Silencio. Pasos. Silencio. Carraspeo.

-¿Sir Albert?
-Aah - parpadeó.
-Soy el Duque de Mestranza. Mantuvimos correspondencia, ¿lo recuerda?
-Supongo - pronunció lentamente.
-Me sorprendió su telegrama. No pensé que necesitara el dinero tan pronto. Pero no se preocupe. Aquí le traigo el pagaré.
-Claro - tardó en reaccionar - ¿Cómo me has reconocido?
-La bufanda. Me habló de ella en las primeras cartas. Ese color, ese color tan vivo,... y sus iniciales.
-Sí, sí, claro.

El joven acarició el fino hilo que conformaba la letra A. La nieve dejó de caer y el cielo se tornó gris. A lo lejos, la ciudad latía. Motores y gritos atormentaban al silencio.

-Sir Albert - pensó - Suena bien. Muy bien.

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