¿Por qué vamos a los cementerios si no vamos a ver a los muertos?
En La chica desconocida (La fille inconnue, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, 2016) se plantea, entre otros temas, la importancia de la identidad durante el entierro. La protagonista no sabe, no conoce a una chica que ha fallecido recientemente, y sin embargo, se va a empeñar en que la policía le de un nombre, que su desaparición de la tierra no lleve asociada su muerte del recuerdo de quienes la conocieron.
Es cierto que tan sólo se trata del reconocimiento de la identidad de un ser querido en unas letras grabadas sobre mármol, pero es quizá la manera de que perdure en la memoria.
Yo ya lo aprendí hace tiempo, el mejor recuerdo de una persona es el de un día cualquiera compartiendo un instante, una mirada, un abrazo, lo cotidiano que no por ello menos bello. De la noche a la mañana esa persona puede desaparecer y la memoria va a ser traicionera, pero sabes que su nombre va acompañado de una identidad, de una sonrisa particular que lo hace diferente a los demás independientemente del número del DNI.
Y recuerdo entonces Nuestro último verano en Escocia (What we did on our holiday, Andy Hamilton y Guy Jenkin, 2014). La película plantea cuanto de significativo tiene el lugar de entierro. Para los adultos la perfección de los actos debe estar a la altura de lo que la sociedad espera mientras que para los niños sólo es relevante la protección de la identidad del abuelo.
Me pregunto si el día de mañana alguien habrá comprendido mi identidad y sabrá qué hacer para que no desaparezca de su memoria.
Hay un instante en que el corazón se acelera y el estómago se llena de mariposas. Es amor... pero no como piensas. Escribir, leer,... vivir la cultura y no ser capaz de abandonarla. Me encantan las matemáticas pero amo el arte. Me gusta el cine pero amo el teatro. Sueño despierta porque la realidad en ocasiones me aburre. Me llamo Sara y quiero sentir.
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