Abrió la puerta de su casa. Nos había estado vigilando desde la ventana de la cocina, y aún así, tardó más de diez minutos en presentarse. Pelo canoso, gafas, un aspecto sencillo, y quizá por eso, ya algo sospechoso. Nos enseñó su casa, grande eternamente grande. Nos dio detalles de todas y cada de una de las estancias. Sin embargo, nos preocupaba que aquello tuviera truco. Nos los mostró todo repitiendo la misma información. Incluso nos enseñó que todas las habitaciones tenían más de una entrada. Daba demasiados detalles, y todo en un mismo tono. Ni siquiera buscaba la complicidad con la mirada.
Reconozco que al principio aquella vieja casa en medio de la ciudad no me atrajo. El rellano me pareció insulso pero hubo varias estancias que me resultaron de lo más llamativas por su colorido y mobiliario, sobre todo, cuando acababas de ver otras tres monótonas habitaciones. Presté atención a sus explicaciones e incluso quise preguntar en varias ocasiones. Pronto comprendí, en cambio, que sería absurdo, pues en realidad relataba su discurso de memoria, puede que incluso sin comprender, y cualquier comentario anexo carecía de lógica alguna. Así que poco a poco mis compañeros dejaron de prestarla atención, y a la larga, ni siquiera se preocupaban por aparentar la falta de interés. Yo la observaba. Su mirada no me aportaba nada de confianza y tenía la impresión de que en aquella casa nada era lo que parecía.
Acabamos la visita. Ella se marchaba y nos tocaba pasar la noche a solas. Fuimos hasta la puerta. Sonrió con amargura, más bien me pareció un gesto mecánico, deshumanizado. Sólo dijo: "Buena suerte y disfrutar de la experiencia". Temí lo peor. Un escalofrío me recorrió la espalda mientras ella se daba la vuelta y desaparecía en la noche de la ciudad.
Parecía haber puesto absolutamente todas las cartas sobre la mesa. Se oían voces... tal y como nos había dicho... desaparecían objetos... como había vaticinado... pero, más allá... todo estaba en orden... también hizo hincapié en que las venganzas se servían en plato frío y que el amanecer era su momento favorito del día. ¿Qué esperar entonces?
Con las primeras luces del alba, la casa adquiría un aspecto más fantasmagórico aún. Luz tenue y silencio sepulcral aderezados con el ulular del búho. Pese a todo, no llegaba ese momento de terror. La ambientación era perfecta salvo por la ausencia del susto profetizado que no hacía sino alargar eternamente los minutos.
Sonó el timbre. Apareció... sonriente... casi de forma natural y derrochando amabilidad. Quizá sucedería al segundo día, o quizá aguardara la plenitud del sol para que todos viéramos su verdadera faceta. La cuestión es que se fue de nuevo tal y como habíamos acordado. Pero todo seguía en orden. La situación parecía incluso normal. ¿Es que acaso no nos iba a apuñalar pese a sus continuas amenazas? ¿Acaso no eran amenazas si ella misma lo había calificado así?
17-05-2018
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