Los monstruos de la oscuridad podrían atraparla en cualquier lugar, pero nunca llegarían allí.
¿Tenía una explicación? Marta se sentó en un banco contemplando los coches pasar. El ruido de los motores lo inundaba todo y, sin embargo, todavía podía escuchar en la lejanía el mar: constante y misterioso. Pero ante todo oía su latido con una fuerza inusitada. Sonreía. Apenas habían pasado cuatro días desde que llegará a aquel pueblo costero. Pero había sido suficiente. Por fin estaba viva.
Se levantó y se acercó a la barandilla del acantilado. Cerró los ojos y respiró profundamente. Dejó que el olor del salitre penetrara en sus pulmones, que la invadiera toda y no pudiera volver a salir. ¡Estaba tan a gusto! Se separó un metro, dos, andando con determinación y la cabeza bien alta. Su piel de porcelana brillaba como pocas veces lo había hecho. Podría vivir allí, pero la vida real la estaba esperando en la gran ciudad. Dio un paso hacia delante y abandonó su castillo.
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