viernes, 24 de agosto de 2018

Identidad

Eran autómatas. Llegaban al final del camino y, sin detenerse, se daban media vuelta. Estaba convencida que si alguno saltaba al acantilado, solo ella se daría cuenta. Todos seguían el mismo caminar lento, vacío. Conversaban de la rutina con gesto serio y voz grave. No podía ver su rostro porque su instinto se negaba a enfrentarse a la ausencia de vida.

Apartada del camino y sentada sobre las rocas, contemplaba el océano admirando el latir del tiempo, respirando cada aliento del mundo, viviendo.

Se le anegaron los ojos y deseó que su cuerpo se fundiera con la mar. Allí quizá todavía podía ser libre.

Le miró. Parecía cansado. Y sin embargo, la sonreía con la misma dulzura de siempre. Se acercó a ella y deposito un suave beso en sus labios. Se miraron a los ojos y suspiraron. Él trató de cogerla con delicadeza. Ella trataba de sujetarse con firmeza. Pero aún estaban torpes y cayeron al suelo provocándoles un gran carcajada. Nadie se detuvo a ayudarles. Tampoco les hacía falta.

La silla de ruedas se alejó unos centimetros impulsada por una ráfaga de viento.

Quizá ella nunca más volviera a andar, pero no se iba a dejar arrastrar por la corriente. Lo tenía a él. Y ante todo... se tenía a sí misma.

21-01-2018

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