Caminaba con el ceño fruncido y apretando los dientes y las manos. La sangre le hervía en las venas. Llevaba meses preparando aquella jornada y todos parecían estar en su contra. Si sabían cuánto la había costado, ¿por qué la ponían tantas zancadillas?
Escuchaba a su tía gritar su nombre unos metros por detrás. Desde luego que a ella no quería fastidiarle también el día, pero estaba harta de aquella situación. Tenía que ser un gran día y ella estaba enfadada a más de tres kilómetros de la fiesta.

Estaba en paz. Después de todo el cabreo se sentía feliz, dispuesta a disfrutar y a dejarles claro a los demás quien era ella.
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