Cambió incluso su peinado. Ni siquiera había pasado una semana y tenia la impresión de llevar allí meses. Su expresión dulce había tornada en una agria muestra de desprecio. Esa mañana se levantó de buen ánimo, pero siempre había alguien dispuesto a amañárselo. Al principio se resistía, pero con el tiempo había terminado por rendirse y, en tan solo un segundo, había quien lograba reducir su felicidad a un mero rastro del pasado.
Ya en la calle vio a un par de niños que caminaban juntos hacia el colegio. Iban ilusionados. Pero la muchacha no permitió que la contagiaran. Se mantenía firme en su impertérrita negatividad.
Subió al tren. Para variar funcionaba mal y habían puesto el aire acondicionado en lugar de la calefacción. Por si no tenía suficiente cabreo, la estaban garantizando un fin de semana metida en la cama y con resfriado. Siiii… Al menos en las últimas paradas quedaba poca gente y se podía sentar. A su alrededor todos manipulaban el móvil. Recordó la multitud correos pendientes de revisar y sacó su teléfono. Entonces la vio. Era una joven vestida de colores llamativos que resaltaba entre la negrura del vagón. Leía un libro y cada pocas páginas se reía. Levantó la mirada, intensa, profunda y llena de vida.
Un hombre distraído con el móvil, por supuesto, vertió su café sobre la floreada camiseta de la muchacha. Él se disculpó y siguió a lo suyo. Evidentemente a la chica le molestó, pero ya no podía hacer nada, así que retomó su lectura sonriente.
La muchacha les observó y optó por guardar el móvil. A través de la ventana se observaba un hermoso amanecer. Hacía más de un mes que había empezado a leer un libro pero apenas llevaba una docena de páginas. Se prometió llevarlo consigo al día siguiente. Volvió a mirar a la joven del libro. La sonreía y esta vez sí, se dejó llevar por su emoción y la correspondió curvando sus labios.
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