Según la vió entrar supo que su mañana tranquila había acabado. Francisco se mantuvo en su puesto con la cabeza bien alta observando sus movimientos.
Era una mujer bajita, regordeta y entrada ya en años. Su maquillaje multicolor más que acentuar sus rasgos los eliminaba por completo, y su enorme bolso de piel la inclinaba ligeramente hacia la derecha.
Se había colocado en mitad del pasillo a abrir todas y cada una de las cremalleras de una maleta. Al rato la abandonó en el suelo, avanzó unos metros y abrió otra un poco más grande. Francisco se ajustó la corbata y carraspeó, pero ella no se dio por aludida.
La cuarta vez que repitió el procedimiento no tuvo más remedio que acercarse.
-¡Ay, jovencito, a ver si me puedes ayudar! - gritó aún empecinada en lo suyo lanzándose a por una quinta maleta.
-Desde luego, señora. ¿Qué es exactamente lo que busca? Veo que no le gustan mucho nuestros productos - comentó Francisco mientras tiraba con todas sus fuerzas de la maleta para que la señora no siguiera con su hazaña.
-¿Dónde están los tenedores?
-¡¡Disculpe!! - se sorprendió él soltando la maleta.
-Sé que los habéis escondido. Hace un rato me llevé una docena de platos que ya nadie quería. No es que los robara, es que son geos y nadie los iba a comprar. He pensado regalarselos a mi nieto por su cumpleaños, pero claro, necesito tenedores, que si no el pobre a ver cómo se alimenta.
-Ya... Comprendo... Pero es que aquí solo vendemos maletas.
-¡Uy! ¿Me vas a decir tú a mí lo que se vende aquí y lo que no? ¡Será posible! ¡Anda la leche! Seguro que ya se me ha adelantado la Juani. ¡Se va a enterar esta!
La anciana se cambió el bolso de hombro. Francisco se quedó hipnotizado viéndola caminar, esta vez, ligeramente inclinada a la izquierda.
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