Se despidieron una tarde gris. No hablaron las horas previas y en el aeropuerto apenas intercambiaron un par de miradas ajenas. No volverían a encontrarse y su amor ya solo descansaría en el recuerdo - si por ellos fuera en el olvido, pero había sido tan intenso, que por muchas lunas que pasaran, siempre les llegaría un regazo de lo que pudo ser y no fue.

Se quedó el tiempo vacío de miradas imperfectas, ni una mota de polvo que sucumba frente a la libertad. Fueron luz en el camino, la sonrisa vespertina y el aliento en su mirar. La piel se acostumbró a otras caricias, la ternura pintó el abismo y la risa contagió a la tormenta.
Sin embargo, seguían lejos el uno del otro... y eso les dejaba fuera de combate por muchas ganas que tuvieran de participar. Toda la fuerza com que se sentían al comenzar, se perdía entre las sombras de una hoguera extinguida a la fuerza. Las cenizas ocupaban la chimenea de la estancia principal, y no había huracán que se llevara tanta vida.
Entonces sucedió. Las arrugas surcaban el rostro y las canas coloreaban el cabello. No era nada que mereciera su verdadera atención. Una llamada, un encuentro casual que aguardaba la complicidad de su destino.
Volvieron a mirarse con la curiosidad de un niño, sus manos acariciaron una piel que nunca había sentido un abrazo tan real aún cuando le resultaba familiar. Fueron jóvenes de nuevo pero amandose a su edad.
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