Tengo una espina clavada y no sé dónde. Me desangro y siento la debilidad pero desconozco el lugar del que todo procede.
He dejado de montar en bici porque me ahogo. No, no estoy enferma, al menos nada que ver con los pulmones. Me lo certificó mi médico.
Me paso las mañanas hipnotizado frente a la ventana de mi habitación. Tiemblo sin disimulos e incluso a veces lloro. Las tardes se reducen a un vago intento por sacarme de la cabeza esa incertidumbre que me aplasta.
Ya no disfruto los atardeceres. Los últimos rayos de sol acarician mi frente como llevan años haciéndolo, pero mi piel ya no siente su calor. Es más, el frío se acomoda entre mis dedos y dejo que las horas pasen...

Se han acabado los sueños y mis manos aún buscan una mirada cómplice. Huelo a tierra mojada pero hace días que no llueve, ni siquiera se prevé tormenta.
¿A qué juegan las amapolas en invierno?
¿Por qué no hay respuestas?
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