Seguía lloviendo. No había parado en toda la semana y el viento era cada vez más intenso. En las noticias llevaban días anunicando una ciclogénesis y aún así decidieron atravesar medio país para encontrarse allí.
Sofía se acurrucó sobre su pecho suspirando. Las horas habían pasado extremadamente rápidas. Entrelazaron sus manos en un silencio interrumpido a cada rato por el crepitar de la chimenea. David comprobó la hora en el reloj, besó su frente con delicadeza y se puso en pie. La intensidad de sus miradas les ahogaba en la distancia. Sonreían pero sus labios no eran más que una curva forzada por la amargura. David salió de la estancia.

Sin embargo, la fuerza con que se atraían superaba cualquier impedimiento. Cuando ya apenas quedaban un par de centímetros se fundieron en una gran gota que permaneció inmóvil antes de terminar su recorrido llegando al marco de la ventana. Sofía perdió su mirada en los charcos de la calle. Una niña correteaba chapoteando en unos y otros ajena a los gritos de su padre. Sofía se rió sintiéndose cómplice de su entretenimiento.
David regresó con el gesto abatido dejando una maleta junto a la puerta. Se sentó en el sofá junto a ella. Sofía acarició su rostro queriendo retener sus facciones.
-¿Y si no volviéramos? ¿Y si nos quedáramos aquí para siempre?- se atrevió a decir ella.
-No hagas esto más difícil, por favor - pidió él con voz ronca.
-Te gustaría tanto como a mí.
-No puede ser - sentenció David haciendo un amago de levantarse que fue de inmediato detenido por Sofía.
-Ahora estamos aquí. Si tan solo quisieras...
-¡Basta! - gritó sin moverse -. A mi tampoco me gustan las despedidas... sabíamos que esto pasaría... y nos arriesgamos.
-Podemos cambiar las reglas del juego. Nos pertenece y tenemos derecho a modificarlas a nuestro antojo.
Sus labios estaban cada vez más cerca y David había quedado hipnotizado por sus ojos.
-Si tan solo quisieras... - le susurró ella.
Sofía se apartó de golpe y se fue del salón. David permaneció inmóvil sintiendo el repiqueteo de la lluvia contra el cristal. Posó su mirada sobre la chimenea. Apenas quedaban ya cenizas y sin embargo todavía podía sentir el calor, un calor que pronto se extinguiría.
Una viruta aún incandescente se escapó de entre los rescoldos. Danzaba en el aire impulsada por una corriente invisible hasta posarse con delicadeza sobre una ramita del montón de la leña. Por un instante creyó que todo aquello iba a arder pero simplemente se apagó. David observó con atención el lugar en el que había caído la viruta. Como movido por un resorte, el chico cogió el fuelle y se acercó a la chimenea. En apenas unos segundos se hizo de nuevo la llama.
La lluvia había cesado pero el cielo seguía gris. Sofía regresó colocando su maleta un par de metros por detrás de la de David. Tenía el gesto serio. Sin decir palabra alguna, la joven recogió su bufanda y su abrigo antes de disponerse a girar la llave en la puerta de entrada.
David se levantó y se plantó delante de ella en tres zancadas. Sofía se vio soprendida pero se dejó llevar por sus besos.
-Nos quedamos - pronunció él retomando el aliento.
-¿Y si fuera tarde? - contestó Sofía con frialdad en su mirada.
El fuego de la chimenea alcanzaba su mayor esplendor y en el exterior la lluvia volvía a colmar las calles. Sofía colgó de nuevo la bufanda y el abrigo.
-Voy a deshacer la maleta - comentó él cuando sus ojos, cómplices, se cruzaron.
Ella sonrió esta vez sin amargura.
-Podemos cambiar las reglas del juego. Nos pertenece y tenemos derecho a modificarlas a nuestro antojo.
Sus labios estaban cada vez más cerca y David había quedado hipnotizado por sus ojos.
-Si tan solo quisieras... - le susurró ella.
Sofía se apartó de golpe y se fue del salón. David permaneció inmóvil sintiendo el repiqueteo de la lluvia contra el cristal. Posó su mirada sobre la chimenea. Apenas quedaban ya cenizas y sin embargo todavía podía sentir el calor, un calor que pronto se extinguiría.
Una viruta aún incandescente se escapó de entre los rescoldos. Danzaba en el aire impulsada por una corriente invisible hasta posarse con delicadeza sobre una ramita del montón de la leña. Por un instante creyó que todo aquello iba a arder pero simplemente se apagó. David observó con atención el lugar en el que había caído la viruta. Como movido por un resorte, el chico cogió el fuelle y se acercó a la chimenea. En apenas unos segundos se hizo de nuevo la llama.
La lluvia había cesado pero el cielo seguía gris. Sofía regresó colocando su maleta un par de metros por detrás de la de David. Tenía el gesto serio. Sin decir palabra alguna, la joven recogió su bufanda y su abrigo antes de disponerse a girar la llave en la puerta de entrada.
David se levantó y se plantó delante de ella en tres zancadas. Sofía se vio soprendida pero se dejó llevar por sus besos.
-Nos quedamos - pronunció él retomando el aliento.
-¿Y si fuera tarde? - contestó Sofía con frialdad en su mirada.
El fuego de la chimenea alcanzaba su mayor esplendor y en el exterior la lluvia volvía a colmar las calles. Sofía colgó de nuevo la bufanda y el abrigo.
-Voy a deshacer la maleta - comentó él cuando sus ojos, cómplices, se cruzaron.
Ella sonrió esta vez sin amargura.