Solo tenía un vestido en el armario y debía haber una justificación de relevancia para que se lo pusiera. Elisa entró en el restaurante y se sentó en la mesa vacía más cerca a la puerta. No lo buscó. Siempre llegaba tarde. Observó su reflejo sobre la superficie del televisor apagado. Varios mechones de pelo se escapaban de su trenza como lo hicieran desde su juventud. Se sintió orgullosa de haberse liberado de la apretada coleta a la que se había acostumbrado en los últimos meses.

Sintió su perfume mucho antes de verle. Le resultaba curioso que, después de tanto tiempo, siguiera utilizando aquel aroma. Pidió un té en la barra y se sentó frente a ella.
-¿Qué quieres, Manuel? - fue ella directa con el gesto serio.
Aguardó su respuesta haciendo acopio de toda su paciencia. Sus ojos la escudriñaban como nunca antes le había visto hacer. Pretendía no fijarse en que iba más arreglado de lo habitual pero sin querer que se notara en exceso, que había cambiado el chándal por unos vaqueros ajustados y una camiseta sin estampados.
-Me alegra que hayas venido - comentó sirviéndose el té y dejándolo reposar en la taza.
-¿Qué quieres? - repitió Elisa.
-Me han contratado a un par de calles de aquí. Probablemente me hagan indefinido. No quiero seguir dando tumbos de ciudad en ciudad.
Ella mantuvo su gesto como si aquella noticia no significara nada.
-Pensaba que quizá... podíamos volver a intentarlo - fue directo por primera vez en su vida.
Elisa rió como si fuera el chiste más gracioso que hubiera escuchado en años. Sin embargo, era consciente de lo difícil que siempre le había resultado exponer sus sentimientos con ella.
-¿Jugar a que nos queremos? ¿Otra vez?
-No se nos daba mal - contestó Manuel de inmediato.
-Esto es absurdo.
Elisa se puso en pie. Prefería los tacones cuando quedaba con él, así podía recortar un poco la diferencia de altura. Aquella vez escogió un zapato plano.
-Espera - pidió él cogiéndola de la mano.
No se giró. Respiró hondo sintiendo cómo volvía a erizarse el cabello de su nuca.
-Pedirte una nueva oportunidad sería injusto por mi parte.
-Lo es. Ya dejamos muy atrás aquello de que a la tercera va la vencida.
-¿Recuerdas cómo empezó todo? Antes de declararte me dijiste que, si no sentía amor ni quería descubrir lo que eso era, me sincerara contigo y no evitara tu mirada. Ahora eres tú quien aparta la vista.
Elisa se giró desairada.
-No entiendo por qué te empeñas en seguir con esta locura - comentó posando sus ojos sobre los suyos.
-Y sin embargo sigues hablando conmigo.
El té volvería a quedarse frío como era habitual al inicio de su relación. Alargarían aquella discusión con reproches y disculpas. Al final, entrelazarían sus dedos con timidez como si la piel del uno no conociera la del otro. Las canas evidenciaban su madurez, pero en aquel juego la estupidez dominaba a veces incluso a la experiencia. Quizá, y solo quizá, aquella fuera la vez definitiva.