Aquel café estaba asqueroso, era caro y necesitaba llevar auriculares para concentrarse en algo más que no fuera el griterío de ciertos clientes. Sin embargo, si tardaba en tomarlo no era porque cada trago resultara una punzada de dolor para su estómago. Era su momento de establecer contacto con el significado de la vida.
Apenas había intercambiado un par de frases con los camareros y por una cuestión de cortesía. Reconocía a algunos clientes pero no quería establecer ninguna clase de conversación. Pese a la impersonalidad, una vez al mes se sentía en la obligación de pasarse por allí y observar el mundo: llegaban unos, se sentaban y jugaban a hacer que no se conocían; estaban los empresarios, con su seriedad y mala baba que terminaban por compadecerse de algún pobre cliente; le encantan los abuelos y sus nietos, reprendiéndoles y consintiéndoles al mismo tiempo; alucinaba con la capacidad de los jóvenes para seguir hablándose a través de los dispositivos electrónicos cuando estaban cara a cara; ignoraba a los solitarios como él, historias diferentes que se negaba a conocer porque todo el mundo merece un rato de descanso; se iban unas familias y enseguida aparecían otras dispuestas a hacerle participe de su existencia.
El buen humor regresaba a su cuerpo y todos sus problemas encontraban solución de forma natural. Salía renovado, sí, pero parecía estar evitando constantemente su propio final feliz. Le costaba marcharse y se empeñaba en seguir con su rutina: hacer como que la vida seguía en su sitio y que aquello no le había impactado. Empezaba a cansarse de aquella situación. Pero lo único que sabía hacer por el momento era ver la felicidad de los demás. En ocasiones era más que suficiente.
Apenas había intercambiado un par de frases con los camareros y por una cuestión de cortesía. Reconocía a algunos clientes pero no quería establecer ninguna clase de conversación. Pese a la impersonalidad, una vez al mes se sentía en la obligación de pasarse por allí y observar el mundo: llegaban unos, se sentaban y jugaban a hacer que no se conocían; estaban los empresarios, con su seriedad y mala baba que terminaban por compadecerse de algún pobre cliente; le encantan los abuelos y sus nietos, reprendiéndoles y consintiéndoles al mismo tiempo; alucinaba con la capacidad de los jóvenes para seguir hablándose a través de los dispositivos electrónicos cuando estaban cara a cara; ignoraba a los solitarios como él, historias diferentes que se negaba a conocer porque todo el mundo merece un rato de descanso; se iban unas familias y enseguida aparecían otras dispuestas a hacerle participe de su existencia.

👍👍👍en tu línea como siempre
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