miércoles, 21 de junio de 2023

En una noche de verano

Te despiertas en mitad de la noche. Una de esos tórridos días en que con la caída del sol no lo hacen las temperaturas. Ni siquiera el ventilador logra que te mantengas dormido por más de dos horas.

Te levantas de la cama. Tu cuerpo desnudo y sudoroso avanza con pasos torpes. Siempre te ha hecho gracia el balanceo al andar de los zombies, pero en ese momento, en que te sientes replicando el movimiento, piensas que no tiene nada de divertido.

La luz de las farolas ilumina tu piso a través de las ventanas abiertas de par en par. Tú eres más de andar a oscuras y acabar con moratones en las piernas. Entras al baño. Meas. Abres el agua fría. Sale templada. Te lavas las manos y la cara. Refrescas también tu nuca, los brazos y las piernas. Confías en que con la corriente del ventilador logres conciliar el sueño un par de horitas más antes de empezar otra sofocante jornada veraniega.

Sales del baño. Te detienes en el largo pasillo que lo separa de tu habitación. Lo ves. Lo estás viendo. No quieres parpadear. Pero lo haces. Y ahí sigue. Reconoces claramente su figura recortada entre las sombras. No sabes si gritar de alegría y correr a abrazarle o echarte a temblar y gritar lastimosa. Quieres pensar que no es producto de tu imaginación. Que está ahí de verdad. Pero sabes que no puede ser así. Sabes que su cuerpo no ha aparecido pero tienes que superar su muerte. Y que ya deberías haberlo hecho pero no eres capaz.

Te está mirando. Te mira a los ojos. Sientes toda la intensidad con que solía navegar por tu mirada. Lo ves bien. Cansado. Eso es todo. Está bien. Observas su ropa. Es la misma que llevaba el día que os despedisteis. Sabes que no era la que llevaba el día de su desaparición. Le concedes el poder de la credibilidad a tu visión y decides perderte tú también en sus ojos. Te devuelve a un estado de calma que ya no creías poder recuperar.

No quieres moverte. Quieres quedarte en ese instante para siempre. Y aun así decides avanzar. Temerosa de que con el siguiente paso desaparezca. Se convierta en humo. Pero no lo hace. Observa tu caminar desmañado. Te sonríe. Dulce. Tierno. Sincero. Como cuando os conocisteis. Y tú te sientes a punto de derretirte.

Te detienes a unos centímetros de su cara. Te gustaría sentir su aliento. Oler su pelo. Pero no hay nada de eso. Apartas la vista. Al segundo sientes su mano acariciando tu mejilla. Realmente sientes su calor. Su tacto suave. Y como te anima a volver a mirarle a los ojos. Y abrazarle. Y os abrazáis. Un abrazo largo. Atemporal.

Os separáis y entonces sí, su cuerpo se va difuminando. Lentamente. Hasta no quedar nada. Entiendes  que ya no está. Y ahora ya puedes aceptarlo. Piensas que en otra circunstancia estarías llorando como una magdalena. Pero no. No lo haces. Ya has llorado. Regresas a tu habitación. Te tumbas en la cama y, aunque el sudor sigue empapando las sábanas, te duermes. Descansas plácidamente.

viernes, 16 de junio de 2023

Quiero

Quiero subir un peldaño. Y luego otro. Subirlo yo. Subir contigo. Ir de la mano por las calles de Madrid. Viajar. Por nuestra ciudad y por otros mundos. Y seguir de la mano. Nadar en la playa. Subir montañas. Unas más altas que otras. Todavía agarrada de tu mano.

Quiero que nos pasemos la noche hablando, y que al día siguiente, en el trabajo, nos cueste sostenernos por el sueño, pero no puedan borrarnos la sonrisa de la cara. Levantarnos tarde el sábado y sin ningún remordimiento. Hacer que los domingos sean largos. Que cualquier día sea contigo. Y conmigo.

Quiero que me abraces en la cocina. Por la espalda. Con la ventana abierta y una suave brisa agitando nuestro pelo. Que me acaricies la mejilla. Muy despacio. Delicado. Que crucemos la mirada donde no podamos besarnos y sintamos igualmente el contacto de nuestros labios.

Quiero llorar de risa. Y apenada. Sobre tu hombro. Escucharte respirar a mi lado. Y suspirar. Pensarnos en el futuro. Hacer planes y acabar improvisando. Recordarnos en el principio. Tomar decisiones. Arrepentirnos. Aprender de nuestros errores. 

Quiero que festejemos. Aunque no me guste la fiesta. Que nos cuidemos. Y nos sintamos cuidados por el otro. Que nos enfademos. Y nos duela más estar haciéndole daño al otro que la propia razón de nuestro disgusto. Disculparnos con el otro. Pedirnos perdón a nosotros mismos.

Lo quiero todo. Te quiero a ti. Y me quiero a mí.

jueves, 8 de junio de 2023

La despedida

Esperó a que ella descolgara para toser dos veces y luego, con voz lastimosa, asegurarle que le daba mucha pena no poder acudir. Utilizó literalmente aquellas palabras: “no poder acudir”. Que le hubiera encantado estar en su fiesta pero que apenas podía salir de la cama. Que confiaba estar recuperada para la boda. Tosió y suspiró un par de veces más hasta cerciorarse de que su interlocutora era consciente de que aquel oportuno catarro la estaba dejando muy apenada.

Colgó la llamada, se ajustó las gafas y guardó la carpeta con los cincuenta mil dólares en el doble fondo de su maleta de mano.

Las cortinas echadas y la tenue luz de las farolas apenas permitían distinguir las sombras de la habitación. No necesitaba más. Estiró su falda en un intento en vano de ocultar los moratones de su muslo. Se miró al espejo. Una escuálida figura de ojos brillantes. Vivos.

Se giró hacia la cama. Sobre ella, el cuerpo inerte de un hombre. Desnudo. Sin marcas de sangre. Con un papel arrugado entre sus manos. Escrito de su puño y letra. No era una nota de suicidio. Era una carta para ella.

Cogió unas tijeras de la cocina y fue al baño. Se quitó las lentillas que hacían sus ojos marrones. Se cortó el pelo. Fue dejando que los mechones cayeran por el retrete. No era un look perfecto pero sí aparente. Dejó caer también las lentillas. Tiró de la cadena. Se desmaquilló y volvió a mirarse en el espejo. Un cuerpo cansado de ojos brillantes. Vivos.

Se quitó la falda y la guardó en la maleta. Rebuscó en el armario. Se puso un pantalón de chándal de él que quemaría en cuanto pudiera.

Apagó el móvil. Sacó la tarjeta sim y la troceó. Abrió la nevera y fue dejando los pedacitos entre los distintos alimentos. Del móvil ya se desharía más adelante.

Le miró una última vez. Le dio asco.

Recogió la mochila con sus libros. Agarró la maleta y salió del apartamento. Echó el cerrojo y tiró las llaves a la alcantarilla.

martes, 6 de junio de 2023

Morriña

Echo de menos el mar. Acostarme pronto y madrugar, dar un paseo descalza por la arena y nadar poco más que quince minutos antes de que empiece a doler la cabeza por el frío del agua, regresar con calma y toda la energía del mundo. Los días en que el viento decidía en qué dirección debías caminar. Las gaviotas gigantes que daban miedo. El color del cielo en los atardeceres. Tratar de ver las estrellas fugaces. Los tractores tratando de devolver la arena a la playa. Ser incapaz de llegar al final. Y no querer lograrlo.

Echo de menos la calma de las cafeterías. Levantarme tarde los sábados. A las nueve. Bajar al centro con la mochila roja. Probar un lugar diferente. O regresar a aquella pequeña tienda al final de la calle comercial. Pedir un capuccino y sentarme cerca de las ventanas. Remover el azúcar mientras me voy concentrando. Sacar el cuaderno y un par de hojas sueltas más. Escribir. Acabar el café y seguir escribiendo. Regresar a casa pasada la hora de comer.

Echo de menos los jardines. Sentarme en un banco en otoño e invierno y en el césped con la llegada de la primavera. Ver cómo las ardillas saltan de rama en rama. Repetir la foto al puente rojo. Y a las verjas oxidadas. Llevar un libro y no sacarlo de la mochila. Escuchar el silencio. Cuidarlo.

Echo de menos hacer planes. Discutir por la cena de los domingos. Ver una peli todos juntos. Buscar objetivos personales. Soñar con viajes. Y realizarlos. Planificar cada detalle y luego mandarlo a la mierda e improvisar. El trasbordo en la capital. Los castillos. Los museos. Las anécdotas. Nuestro grupo imperfecto y multicultural.

Echo de menos coger todos los días el autobús. La línea 2. La azul. Que los jueves fuéramos en hora punta y coincidiéramos con tres chicas jóvenes con los carritos ya vacíos de sus hijos. Llegar a la oficina. Tanta gente extraordinaria. El humor de Glen, el cariño de Poppy, la energía de Jenny, la risa de Laura, la complicidad con Aalto, el cuidado de Angela. A los otros voluntarios. La amabilidad de cada integrante del comedor. A los padres. A los otros jóvenes. Sobre todo a ellos. Su amor.

Echo de menos respirar y no ahogarme. Sonreír y no quemarme. Llorar y no inundarme.