Y entonces cuando está amaneciendo. En ese paisaje tan idílico en que a un lado de la carretera queda la montaña y al otro va saliendo el sol por la línea en que se juntan el océano y el cielo. Cuando se lo han contado todo y les siguen faltando horas para hablar. En los últimos minutos antes de que el autobús se desvíe a la ciudad y se detenga en una estación al aire libre. Entonces la magia se desvanece.
Nosotros leemos eso y pensamos 'oh, no, joder, maldito autor-autora-autor/a-autor@, después de todo este viaje emocional, no le puedes matar. ¿Un accidente? ¿En serio? ¿No se te podía haber ocurrido alguna otra cosa más original?'
Pero no. No hay sangre ni cuerpo que velar. Tampoco lo secuestran los extraterrestres. Solo silencio.
Se quedan callados. Permanecen sin abrir sus labios. Inmóviles. En la noche que va siendo un nuevo día. Solo silencio. Ni una palabra. Se les ha acabado todo. De pronto. No hay nada.
Nos preguntamos '¿cómo es eso posible?, ¿cómo? ¿así de la nada?'.
Ya no hay un ellos. Se han dado cuenta, a la vez, sin ninguna referencia en particular, como parte de un... entender... la vida... Se han dado cuenta de que podían seguir imaginando ese perfecto viaje para el resto de sus días, pero que ninguno de los dos quiere renunciar a su presente. Ni conformarse con ser solo amigos. O amantes. No les vale. Se han dado cuenta y les da pena. Y no quisieran tener que elegir. Pero saben que se les ha acabado el billete. Su billete.
Nosotros pensamos 'pues vaya mierda, para esto mejor el accidente, el drama'.
Se despiden cordialmente y les llega el peso a los ojos. El cansancio de haber estado toda la noche en vela y pensar que tienen que estar ahora ya todo el día despiertos. El agotamiento de toda una vida juntos que no vivirán. Del exceso de azúcar.
Él recoge la mochila de deporte que iba a sus pies y se la cuelga en el hombro derecho. El maletín del ordenador lo toma por el asa con la mano izquierda. Desciende del autobús. Siente el frío y el olor a salitre. No le han ido a buscar. Tampoco lo esperaba.
Nosotros le vemos desde la dársena alejarse. Queremos pensar que está taciturno. Por eso del viaje emocional. Pero no lo sabemos porque no estamos en su cabeza. Solo le vemos de espaldas. Alejarse. Mientras nosotros, quizá taciturnos, quizá convencidos de nuestro próximo viaje, de volver al mar, cerramos el libro y salimos a la calle.