La fría noche en el exterior y el radiador encendido en el interior. El autobús va casi vacío. Apenas una luz tenue que invita a cerrar los ojos y dejar que el largo viaje hasta la costa sur del país, sea parte de los sueños y el descanso placentero. De dormitar mientras eres transportado.
Mienetras ellos están ligando. Creemos que a nadie le importa dentro del autobús pero a nosotros sí. Más que a nadie. Más que a ellos incluso. Su voz, sus labios, su mirada, su risa,... cada milímetro de su cuerpo evidencia la descarga emocional que se registra en su corazón. No es ese tipo de lío que surge por la mera diversión, es... algo más... serio. Profundo. ¿Empalagoso?
No nos vamos a quedar con esa imagen. No de momento. Nosotros somos modernos. O nos los creemos. Y nos gusta jugar. Con el tiempo. Con la imaginación. Con el ser humano. Con la palabra juego. Así que en lugar de endulzar con más adjetivos ese fragmento amoroso, optamos por retroceder unas horas.
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Él ha llegado a la estación central de autobuses de su ciudad.
Él que podías ser tú. O tu vecino. O tu hijo. O tu padre. O tu mejor amigo. O la persona con la que te cruzas todos los días al bajar a tirar la basura. Pero es él.
Nosotros le acompañamos. A veces sobre su hombro, a veces sobre su espalda. Todavía no le vemos la cara. Aunque nos gustaría averiguar si tiene granos. Es esa clase de detalles por las que 'él' se convierte en tu padre o tu mejor amigo. De momento sigue siendo sólo, y enteramente, él.
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