jueves, 8 de septiembre de 2016

Una gota de ansiedad

Arrastraba sus pies descalzos sintiendo el frío de la cueva. Se movía torpemente en la oscuridad golpeándose contra los obstáculos sin poder evitarlo.

Tiritaba de cansancio... o tal de frío. Ni él lo sabía ya.

Sus tripas habían dejado de rugir, conscientes de que en ese lugar la prioridad era otra. Su lengua era ya una masa seca sin ánimo de volver a la vida. Él mismo se sentía cada vez más tentado en desistir. Pero entonces lo oyó. Era un constante repiqueteo que llegaba casi en un susurro.

En circunstancias normales se habría detenido a pensarlo: siempre hay agua en las cuevas. Aún dudoso de encontrar el origen de aquella fuente de vida, aceleró su paso. Se dejó guiar exclusivamente por sus oídos. Ni instinto ni orientación.

Lo sentía. Lo sentía cada vez más cerca. En la cabeza; le había caído en la cabeza. Respiró. Tuvo la impresión de que los segundos se ralentizaron. Abrió la boca y deseó. Cayó.

Sabía a hierro. No era agua pero no le importaba. Volvió a caer. Lo imaginaba rojo. Ya no le gustó tanto. Otra gota resbalaba, esta vez, lentamente por su mejilla. Se acarició la cara con la mano y acercó su dedo al labio. Su gesto se contrajo repugnado. Ya sabía lo que era.

23-02-2016

Despertar a los sentidos

Daniel gira el volante con suavidad y toma la segunda salida. Quince kilómetros. La siguiente curva le acelera el latido. Desde que tiene uso de razón le sucede lo mismo. "La curva despertador" recuerda que la llamaba su padre. No importaba la duración de la siesta, siempre se despertaba ahí alentado como por un resorte. Doce kilómetros. Kira emite un breve ladrido. Ella también se impacienta. Siete kilómetros. Una sonrisa comienza a dibujarse en su rostro. El móvil vibra. Podría ser su exmujer o el abogado. Lo apaga directamente. Cuatro kilómetros. Pese a tener las ventanas cerradas, Daniel ya siente el olor del trigo recién segado. Ante sus ojos aparece el último pueblo antes de su destino. Reduce la velocidad. La cantina está llena de ancianos. Claro, la hora de la partida. Dos kilómetros. El ciruelo de Doña Angustias está de capa caída. Daniel rememora aquel año en que su pandilla partieron tres ramas queriendo alcanzar los frutos más grandes y jugosos. No `puede evitar la risita nerviosa. Quinientos metros. Contiene la respiración. Por delante, un mes de vacaciones en el pueblo. Suelta el aire despacio. Los últimos metros son los peores. Sonríe. Ya da igual el tiempo.

14-06-2016

viernes, 2 de septiembre de 2016

Advertencia

En mi lucha con la tecnología aún pierdo bastantes batallas. En otras... Menos mal que lo mio es la escritura.

¿Y por qué probar?

Voy a empezar creo que mi cuarto año. Lo he intentado dejar pero no hay terapia que valga. Y eso que no quería apuntarme. ¡Ay, dichoso taller de escritura! Tengo unos compañeros sorprendentes que llenan las tardes de martes con universos donde absolutamente nada es imposible.

¿Y porqué por los ojos?



No es mi principal centro de atención pero no puedo negar que tiene algo que me atrapa. Será por eso que estudio Comunicación Audiovisual. Alemanas, japonesas,... no me importa la nacionalidad, pero presto especial atención a las independientes españolas, ¿será que hacia allí me dirijo?

¿Y por qué sentir?

Algo se removió en mí. Había ojeado aquel tipo de folleto docenas de veces. Y siempre terminaba archivándolo en la p... de papelera. Sin embargo aquella vez... La elegida fue Otelo (dir. Eduardo Vasco). Al principio no me enteraba de nada, pero... una frase, un movimiento, un efecto de luz,... poco a poco empecé a sentir... y a respirar la pureza del arte. El teatro había llamado a mi puerta y no pude resistirme a conducirlo hasta el fondo de mis entrañas.

¿Y para qué vivir?



De pequeña odiaba la lectura. Según dicen me cogía unos berrinches tremendos. Yo no lo recuerdo. Pero el tiempo pasó y me enamoré de la escritura. Supongo que tarde o temprano me gustaría leer. Ahora me regañan por comprar libros... que ya no caben en la estanterías...

¿Y por qué regaladora de cuentos?




Ella tenía miedo y con mi fantasía quise ayudarla. No sé si lo lograría, pero fue el nacimiento de mi primer cuento y mi entusiasmo por regalarlos. La emoción que siento con cada entrega es mucho más que un motor de vida. Y todo gracias a mi valiente Elenita.

¿Y por qué papel y lápiz?

Por mucho tiempo lo evité. Menos mal que apareció Ana para abrirme los ojos. La insistencia de mi padre no fue suficiente.

Comencé en un tedioso verano que al final no lo sería tanto. Maravillosas tardes de escritura entre sueños e ilusiones. Y entonces no lo pude abandonar. El lápiz se convirtió en mi mejor arma; y el papel, en el más fiel de mis aliados.