Tiritaba de cansancio... o tal de frío. Ni él lo sabía ya.
Sus tripas habían dejado de rugir, conscientes de que en ese lugar la prioridad era otra. Su lengua era ya una masa seca sin ánimo de volver a la vida. Él mismo se sentía cada vez más tentado en desistir. Pero entonces lo oyó. Era un constante repiqueteo que llegaba casi en un susurro.
En circunstancias normales se habría detenido a pensarlo: siempre hay agua en las cuevas. Aún dudoso de encontrar el origen de aquella fuente de vida, aceleró su paso. Se dejó guiar exclusivamente por sus oídos. Ni instinto ni orientación.
Lo sentía. Lo sentía cada vez más cerca. En la cabeza; le había caído en la cabeza. Respiró. Tuvo la impresión de que los segundos se ralentizaron. Abrió la boca y deseó. Cayó.
Sabía a hierro. No era agua pero no le importaba. Volvió a caer. Lo imaginaba rojo. Ya no le gustó tanto. Otra gota resbalaba, esta vez, lentamente por su mejilla. Se acarició la cara con la mano y acercó su dedo al labio. Su gesto se contrajo repugnado. Ya sabía lo que era.
23-02-2016