
Quien más quien menos, tendrá un conococimiento mínimo de lo que cuenta Bodas de Sangre. En ese aspecto, se trata de una adaptación bastante fiel en la que la tragedia se masca desde los primeros planos a través de una elección de montaje muy inteligente, que evidencia el tono abriendo la película con la novia revolviéndose en el barro con el vestido de boda ensangrentado.
Clave es también la distancia entre la cámara y los distintos personajes. Hay una escena verdaderamente asombrosa en este aspecto. La novia busca a Leonardo y tras un muro se dicen lo que de verdad sienten. Ellos susurran y se estremecen por la fuerza de sus emociones y el espectador recibe esa corporeidad del sentimiento.

La composición del plano se erige entre todos estos elementos para que la experiencia sensorial sea aún mayor y el valor que le otorga al deseo nos llegue sin apenas darnos cuenta. Se plasma en esa última escena en que la novia pide que la maten. La culpa sobrevuela la mirada de todos los personajes y las palabras brotan en una fascinante dirección de actores.
pero que penetra fino
por las carnes asombradas
y que se para en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.
Es verso, sí, pero casi nunca eres consciente de ello porque es una pieza más del puzle, una armoniosa película en la que queda patente la maestría de su directora. Eso también, la fuerza de las mujeres está presente en la misma elección de perseguir a la novia en cada una de sus dudas, en cada uno de sus deseos.
No se me ocurre mejor manera de abandonar este placer de los sentidos que, de nuevo, con unos versos que, si bien ya Lorca dibujó en la belleza, Paula Ortiz enmarca en la perfección, aunque no toda la miel se hizo para la boca del asno.
Novia: tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes.
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