
Tiene gracia que La Reconquista (Jonás Trueba, 2016) sea una de mis películas favoritas. A mí, que me gusta tenerlo todo bajo control y conocer todo el camino antes de comenzar a andar.
Se trata de un film que profundiza en lo bello de la incertidumbre a partir de la investigación sobre uno mismo y cuánto nos conocemos. Efectivamente suena a película densa, y puede que lo sea. Para mí se trata de un recorrido por la vida con la cotidaneidad y la libertad que la caracteriza, con un uso asombroso del color y la música. Belleza en estado puro. Desde luego que si lo que buscas es acción como tal, no la recomiendo, pero creo que puede aportar mucho más, sobre todo teniendo en cuenta que cada vez pensamos menos en nosotros mismos pero también sufrimos más. Y lo más fascinante quizá sea ese reconocimiento de la ignorancia, porque eso es algo que señala de mil maneras sin llegar a ninguna conclusión, ya sea sobre la identidad o el amor, pero al fin y al cabo sabiendo que son cuestiones profundas a tener en cuenta de vez en cuando.
La Reconquista nos habla de dos jóvenes que ya han crecido y que siendo quinceañeros fueron novios. El tiempo los ha alejado y la noche madrileña les ofrece un reencuentro. Olmo y Manuela se disfrutan el uno del otro con la sensación de no saber qué pensar de esos instantes que pasan rápido y son tan bellos, pero que han de alejarse al instante. El elemento clave es una carta que él escribió y entregó a su amante y en este momento la relee. La película transcurre en esa lectura, en unos instantes que se balancean entre pasado y presente con el temor a perder el futuro.

Hay dos trailers, opuestos diría, pero que son solo uno. El primero describe la nostalgia del invierno, del presente que no termina de ser como esperabas; mientras que el segundo hace referencia a la felicidad compartida del verano, la juventud y el primer amor. Basicamente es una revindicación del pasado para resituarse en el presente, por ejemplo señalando ese verano inocente desde las voces de los adultos, y ese presente arduo con las voces de los adolescentes. Es el destino y la evolución, el paso del tiempo...
El color juega a favor de todo ello. Me gusta especialmente la escena del bar con los contrastes azul y rosado, colores que predominan también en sus vestuarios y que hablan de sus sentimientos. Hay distintas dominantes a lo largo de la película pero siempre manteniendo la misma sobriedad que le aporta esa belleza a la imagen.

Y si el sonido es fundamental en el audiovisual, en esta película varias veces llama la atención, y no siempre por la música (que por supuesto aclarar que es asombrosa. Son canciones de Rafael Berrio, un poeta cuyas letras parecen exclusivamente de los personajes y a la vez, hablar de todos nosotros. Escuchen La arcadia en flor). Pero los silencios sí que son espectaculares, son esos instantes de mayor incertidumbre pero que transmiten la mejor sensación de permanencia y disfrute del momento.
A esto sin duda contribuyen los largos planos secuencia, que habrá quien diga que son excesivamente largos, eternos, pero es que lo que importan son los personajes, ellos son los importantes, como esos cuatro minutos en que escuchan "Somos siempre principiantes", canción clave en su relación y en la vida de Manuela... apenas dialogan pero es que no hace ninguna falta.

Por supuesto que en todo ello cabe destacar la labor realizada por Itsaso Arana y Francesco Carril. Es que no parece que estén trabajando. A ella la he descubierto aquí, a él le admiro desde hace mucho y siempre me sorprende.
Para ir finalizando quisiera destacar dos escenas. En un momento dado los protagonistas se paran frente a un escaparate de una tienda que vende cuadros. Ellos los observan y hablan de viajar, sale a relucir la carta... ha pasado el tiempo, nada es como antes, pero ¿son diferentes?
Hay una escena en que predomina el blanco. Olmo regresa de madrugada al piso en el que vive con su novia. llegamos tras un largo plano secuencia en moto en que escuchamos "La arcadia en flor", tras marcharse sin despedirse de Manuela. Se sienta junto a su novia a desayunar. Olmo le cuenta que ha pasado la noche con una chica y que ha disfrutado mucho. Ella le pregunta que si se han liado. Él responde que no, que solo han bailado. Y no miente, solo han bailado. Un detalle más, entre todo el blanco de la estancia destaca un sillón rojo, el color de Manuela.

Cada vez que la veo me transmite nuevas y agradables emociones y descubro cosas nuevas, pero siempre me trae esa sensación compartida de los personajes de que el mejor momento de nuestras vidas ya lo hemos pasado, así como ese sentimiento loco de querer volver a aquello que amas pero que ya no te corresponde, aunque puede ser que regrese...