El Festival Internacional de cine de San Sebastián, abreviado como SSIFF debido a sus siglas en inglés (San Sebastian International Film Festival) es el único festival competitivo de categoría A de nuestro país. La clasificación es otorgada por la FIAPF, la Ferederación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos, surgida para defender los intereses de la industria en cuanto a legislación audiovisual y procesos tecnológicos. Para facilitar el contacto internacional regula una serie de festivales por toda la geografía mundial.
Sin embargo, mi reciente experiencia como jurado joven de las últimas dos ediciones me ha hecho verlo de otras formas. En primer lugar por esa nuestra tarea de valorar las películas de las secciones de New directors y primeras y segundas obras de Horizontes Latinos. Más allá del argumento, la realización o cualquier otro elemento técnico, este año me cuestionaba las razones por las que habían sido esas y no otras las películas seleccionados para formar parte de un festival tan señalado. Ha sido así como he comprendido esa labor que muchos se empeñan en obviar, como es la función social del cine. Ya no es que hablen de culturas y tradiciones de las que no tenemos ni idea, se trata de comprender cómo funciona el mundo en otras latitudes, de que por supuesto cada uno tiene sus problemas, pero al final siguen siendo los mismos problemas del mundo.
Recuerdo especialmente Marilyn, una coproducción entre Argentina y Chile que cuenta una historia real sobre la transexualidad, un duro retrato sobre una temática cada vez más señalada y necesaria de ver en las pantallas; o Cold November, realizada entre Kosovo, Albania y República de Macedonia y que habla de la situación de Kosovo a inicios de los noventa. Solo decir que fue la única de las treinta y ocho películas que pude ver en la que los aplausos se extendieron durante la duración íntegra de los créditos y hubieran seguido más allá.
Por otro lado me parece alucinante el impacto que tiene sobre el público, que procede de muchos lugares. El año pasado coincidí con un señor inglés ya entrado en años que acudía en cada edición y se tragaba una barbaridad de películas. Recuerdo su emoción (y alguna decepción) cuando hablábamos en los desayunos de los últimos visionados. Eso por no hablar de las tremendas colas que se forman ante las puertas de todos y cada uno de los cines (que por supuesto no se puede negar que la finalidad sea en parte lograr un buen sitio), pero creo que es más importante destacar que casi siempre venden todas las entradas. Es muy interesante escuchar al público hablar durante horas a la salida de las proyecciones, paseando por la Concha, en los bares,... y eso no tiene nada que ver con el glamour de la alfombra roja, las galas o las fiestas. Es cultura en estado puro, con la particularidad, creo yo, de que la programación es tan variada que al final accedes un poquito a conocer muchos otros países.
Desde luego que recomiendo vivir la experiencia. Hay multitud de festivales y animo a descubrir cada una de esas perspectivas. Abre los ojos. El mundo espera.
Webgrafía:
http://www.fiapf.org/
https://www.sansebastianfestival.com/es/
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