El día que les conté que en realidad mi cuerpo era morado, tenía dos brazos de más y bajo mi pelo se escondían otros tantos pares de ojos, comenzaron a mirarme con pena, con lástima. Íbamos de fiesta y todas llevábamos antifaces, pero eso no impidió que sus miradas hablaran. Conocía perfectamente mis orígenes y sabía que el día que lo descubrieran el disfraz con el que había tratado de protegerme desaparecería para siempre, que por más que me empeñara en acomodarme a otra piel, ya solo la verdad sería visible ante ellas. Bailé sola toda la noche. Aquella fue la última vez que hablamos.

Unos meses después las volví a ver. Ignoré su presencia y sonreí con la cabeza bien alta mientras me desprendía de la primera capa de mi máscara.
29-09-2018
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