lunes, 31 de diciembre de 2018

Amaneció

Dejó que las lágrimas descendieran lentamente por su rostro provocando un surco de pureza en su mugrienta piel. El polvo y el sudor del camino se habían adherido a su cuerpo de la misma manera que el dolor.

Apenas le quedaban ya un par de kilómetros pero se había concedido unos minutos de pausa para respirar. ¡Oh, ese aire puro que durante tanto tiempo le habían negado!

El silencio era, una vez más, abrumador, aunque ya se había acostumbrado. Estaba aprendiendo a distinguir aquellos en los que podía disfrutar y esos otros en los que temer a la inquietud. Era una calma sobrehumana que a otros muchos ya les había hecho caer, pero a él ya solo le preocupaba que cuando regresara aún existiera la humanidad, no como concepto de gente que nace, hace sus cositas en el mundo y muere, sino como personas.

Había empezado a gustarle aquella incertidumbre del camino. A veces se asustaba incluso de su propia sombra y estaba convencido de que, de conocerla, jamás podría confiar en ella. Eso sí lo había aprendido.

Se levantó y echó a andar. Ni la sangre en sus pies ni los cayos en sus manos le producían ya el mínimo dolor. Eran otras las heridas que todavía le mantenían vivo. La agonía que manaba de su mirada no era sino su más fiel compañera de viaje, la única dispuesta a acompañarle toda la vida.

A lo lejos aulló un lobo. Se estremeció un breve instante y después sonrió con una intensidad que no creía tener. Gritó emocionado. Hacía meses que no escuchaba su propia voz. Echó a correr. Estaba cerca el final y aún le quedaban muchos peligros a los que enfrentarse. Pero estaba vivo, más vivo que nunca.

Las copas de centenares de árboles le impedían ver el cielo pero incluso dentro de aquella espesura, supo que aquel amanecer estaba siendo especialmente bello.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Perdida

Caminaba deprisa por el parque con la mirada perdida, como siempre... No, como en los últimos meses. La temperatura aún era baja a esa hora de la mañana. Con el ceño fruncido se llevó la mano derecha al pecho para subir la cremallera de la chaqueta.

Se detuvo. Ella... ella antes llevaba... Acarició su cuello dubitativa. Sí, ya lo recordaba: el colgante que le regaló su abuelo cuando nació. Nunca se lo había quitado pero, curiosamente, en ese instante era incapaz de rememorar nítidamente cómo era. Tan solo unos minutos antes se había mirado al espejo para ponerse los pendientes, debía haberse dado cuenta.

Con una extraña sensación en el cuerpo, la muchacha dio media vuelta prestando atención al suelo por si se le hubiera caído por el camino.

Subió las escaleras de su edificio con calma dándole vueltas al asunto. Su móvil comenzó a vibrar en el bolso. Sabía perfectamente que sería su jefa cargándola de trabajo antes siquiera de haber llegado a la oficina. Lo ignoró; la cara de acelga ya la llevaba desde que se levantó y no necesitaba que la amargara un poco más la mañana, tendría toda la tarde para sacarla de quicio.

Entró en la casa. Rebuscó en joyeros, entre los bolsillos de todas sus chaquetas y mochilas. Revisó hasta en los pantalones que llevaba tiempo sin ponerse. No estaba por ningún lado.

Pensó que quizá podría haberlo perdido en el rocódromo que había visitado el fin de semana anterior. Se sentó en una silla en la cocina y sacó su móvil dispuesta a comprobar si en las fotografías que habían tomado antes de comenzar la práctica lo llevaba todavía. Efectivamente, ahí estaba la llamada de su jefa. Apretó los puños a la par que una segunda llamada entrante suya lo hacía vibrar otra vez. Miró la pantalla hipnotizada en un pesado silencio. Sintió el tiempo pasar lentamente, y aún así, lo disfrutó. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación.

Cuando su interlocutora colgó, la muchacha desbloqueó el móvil y fue a la galería. No, ese fin de semana ya lo había perdido. Comenzó a pasar fotografías. La sorprendió no verse sonreír en prácticamente ninguna de ellas, y aquellas en las que una débil mueva curvaba sus labios no las recordaba como circunstancias especialmente memorables.

Llegó al final de las galería. Cuatrocientas veintisiete imágenes tomadas en los últimos dos años y en ninguna aparecía el colgante. No es que le tuviera especial afecto, sí, se lo había regalado su abuelo, pero eso había sido antes de que él la culpara del divorcio de sus padres y de que intentara matarla por no haberle hecho por su cumpleaños su plato favorito. No, el origen del colgante le daba exactamente igual y tenía más que superada aquella situación. Simplemente llevaba toda la vida con ello puesto, era parte de ella misma. Lo que de verdad la preocupaba era no haber notado su ausencia en, por lo menos, dos años.

La pantalla del móvil se apagó y su rostro quedó reflejado en su superficie. Llevaba tanto maquillaje encima que ni se reconocía (y eso que no le gustaban los potingues), las ojeras pese a todo seguían siendo evidentes y tenía un arañazo muy reciente en la frente del que no se había percatado hasta entonces.

Había perdido el colgante y se había abandonado a sí misma.

jueves, 20 de diciembre de 2018

Por el camino

Lo tenían todo para triunfar. Habían estudiado en las mejores universidades del panorama nacional y enseguida emprenderían el viaje hacia las ciudades europeas en que se encontraban los masters de mayor prestigio. No es que hubieran sido los primeros de su promoción, pero estaban bastante por encima de la media y, sobre todo, habían dejado huella en sus estudios. Pero... Por el camino perdieron el entusiasmo y la vitalidad. Por el camino les apalearon por "su bien". Por el camino les clavaron una sonrisa en un rostro demacrado. Eso, siendo sólo jóvenes, la amargura como fiel compañera. Sí, aprendieron de la vida, pero por el camino se perdieron a sí mismos.

Un mes antes de partir al extranjero regresaron a su instituto. Las clases les habían tenido tan absorbidos que no habían regresado desde el día de la graduación, y eso que se prometieron que pasara lo que pasara una visita anual sería obligada. En aquella etapa disfrutaron aprendiendo incluso las materias que menos les atraían. En aquella etapa eran uno solo y eran un grupo numeroso. En aquella etapa eran ellos, sabedores de sus errores y aciertos, eran ellos conscientes de la dicha y las agonías, eran ellos sufriendo y sabiendo que no todo era felicidad. Pero eran ellos.

Lo tenían todo para triunfar, pero solo había un final posible: la tragedia.

martes, 11 de diciembre de 2018

¿Por qué suspira la luna?

Sobre el prado descansa
el candor de una piel
que oscila entre la hoguera
y el celeste grito
de una rosa sepultada.

Lo que se perdió entre la niebla
de aquel lago sin desertores
corrompe el duelo
que dejan los inquilinos
sobre ríos de lava.

Aquella brisa ya lejana
derroca al silencio
que sacudía las entrañas
con la duda enquistada.

Es culpa del aguacero,
es culpa de la decepción,
es culpa de la tormenta prevista
que agoniza entre los juegos
del intelecto.

¡Ay, dueña plateada!
Cuando regrese la calma
y nada reconforte
la sal de tus heridas,
cuando no te quede nada
para entregarle
al ave ausente,
háblame del tiempo
que difuminó tús párpados amargos,
háblame del viento
que sembró dulzura en tus labios.
Háblame.

Lo que desgastó el dolor
de aquel pétalo en tus dedos
es ya solo una gota
con la fuerza de un salvaje
y la ternura de un amante.
Déjala fluir
con la lluvia cristalina
del atardecer.

No hay cementerio
en esa playa
de arena y nácar.
Solo quedan tus suspiros
y una voz que no te atrapa.


jueves, 6 de diciembre de 2018

La memoria de la noche

Regresa la melodía enajenada
habitante de tu inconsciencia.
Asaltará tu último aliento
y fracasará su humillación.
Detén a la piedad.

Tejerán las sombras
navíos muertos
que se arrastran a la ciénaga,
que te empujan a la frontera
donde el faro
ni acaricia las tinieblas.

Cientos de luces
y ni una estrella
para fascinar
la perpetua noche.

Esa vieja canción
te sumerge en el olvido
de un rumor constante
que carece de sentido.

Saber cuándo se acaban los cuentos
es ya solo tu intuición impedida.

Cientos de luces
y ni una estrella
para esconder
la difusa noche.

Paseantes con rumbo fijo,
caminantes decididos al abismo.

La venganza de una honestidad
confundida por la impaciencia.
El error de una espera
degradada por la inocencia.

Cientos de luces
y ni una estrella
para dormir
la desolada noche.

En la orilla descansa
la llama de unas cenizas
que has de guardar
en el límite
de una claridad abstracta.

Recuerda solo
cuando busques la raíz
derramada en el encuentro
del vértigo establecido
en el recóndito
paraíso herido.

Cientos de luces
y ni una estrella
para susurrar
la negada noche.

Amenaza a la locura,
que no te pueda abandonar.
Descubre la mentira
que sostiene la cordura.