jueves, 28 de febrero de 2019

El viaje

No era conveniente. Quiero decir, puedo inventarme muchas excusas, pero ¿acaso te interesan? Sí, claro, ahora hazte el dolido... No me mires así, has pedido que hable y lo pienso hacer. Estoy cansada...

Lo medité mucho, ¿lo sabes? Sí, claro que sí, pero a ti eso te da igual porque no hice lo que querías,... espera... ¿qué es lo que tú querías? Porque parecías decirme entre líneas que no fuera... ¡oh, sí!, tienes razón, todo es producto de mi imaginación, tú lo dices todo a la cara, ¿todo? Sí, por supuesto, tu ignorancia te impide valorar las miradas, los silencios y los tonos. Siempre de frente incluso cuando clavas un puñal por la espalda.

No te gustan los gritos pero eres el primero que alza la voz. Prefiero los susurros... son más íntimos, más profundos, se agarran a la piel con más fuerza y la desgarran más despacio.

Vamos, venga, ya nos conocemos. Hoy estallo yo y tú callas. Mañana tú estallas y yo callo. Nos gusta la sangre, ¿no te habías dado cuenta? En realidad si lo piensas detenidamente es algo... positivo... no nos aburrimos.

Me hubiera gustado ir. Habría disfrutado. Hubiéramos disfrutado... Fuí egoísta... y lo reconozco delante de ti... A veces pienso... sí, demasiado... a veces pienso que un día llegaremos a ser felices... y entonces yo lo estropearé. Sentiré la culpa recorriendo mis entrañas y caeré. Entonces me recordarás que esto es cosa de dos. Tú también das pasos hacia atrás... y se te olvida que íbamos de la mano por el mismo camino.

¿Nos hemos vuelto ciegos? No, es solo que no queremos ver.

Silencio. No quiero saber nada. ¿Es que no te das cuenta de cuánto me duele? No es fácil. Claro que me gustaría que fuera de otra manera, pero ya no lo podemos cambiar. ¡Calla! Ni una palabra más, por favor... Estoy sufriendo... ¿Necesitas verme llorar para darte cuenta? Lo siento pero no, me niego... Sí, por supuesto que he llorado... no sabes cuánto, pero no me pienso rebajar a tu nivel.

Me das pena. Estás podrido. ¿Quieres correr? Vete... pero cuando te detengas seguiré ahí, lista para atacarte de nuevo... ¿Soy cruel? Analiza tus propios actos.

Lo ves, no era buena idea que fuera. No, no hubiera explotado allí, tan solo me hubiera atragantado con mi propio veneno.

¿Seguimos peleando? Solo un ratito más, la cena ya casi está lista... Sonríe un poco... no es para tanto. No te estoy haciendo daño porque en el fondo sabes que tengo la razón... sí, yo también me equivoco... a veces.

No vamos a acabar nunca con esto... Te quiero... pero el día que dejemos de lanzarnos puñales ya estaremos muertos... Llevo un tiempo preguntándome si merece la pena... a ver quién es el valiente que da el paso... ¿Merece la pena? ¿Quién será el cobarte que se eche atrás?

No sé si quiero que lo solucionemos. ¿Y si un día dejáramos de vernos? A lo mejor todo ha sido un error... No, no me arrepiento de lo que ha pasado... Creo que debemos escribir el final... hágamoslo juntos.

jueves, 21 de febrero de 2019

Tus colores

Otoño nacarado
con las alas del miedo.
Azules tus ojos,
besos de marfil.
Silencio.

Hiela la primavera
con miradas rotas.
Amarillo tu pelo,
manos de hojalata.
Silencio.

Hojas secas
brotan en el invierno
de mi recuerdo.
Verdes tus labios,
caricias de estaño.
Silencio.

Piedras agrietadas
en un verano perfecto.
Naranja tu voz,
sueño lavanda.
Silencio.

Mudo el pasado
que tejió tu vuelo.
Sed de un océano
sin huellas en la arena.
Rojo tu cuerpo,
piel parda.
Silencio.

Tiempo anegado
con el polen
de mis huesos.
Duele el viento,
escapan tus dedos.
Luz celeste,
estrella dorada.
Negro.

Cloacas en el planeta
de los gritos
sin sombra.
Respiro el desierto.
Grises mis días,
noche perlada.
Cenizas.

Pedacitos de diamante
remendados
con el rocío de la mañana.
Lluvia suave,
caminar lento.
Rosas a tus pies:
pétalos y espinas.
Vida.

jueves, 14 de febrero de 2019

La otra puerta

Me detuve dispuesta a plantarle cara. Ya era demasiado el tiempo que pasaba a su lado ignorándolo. No era solo una cuestión de hacerle frente, quería saber qué había detrás. Y en realidad era ese el problema: el acuerdo tácito de abrir también mi propio cuarto. Sí, llevaba mucho tiempo conviviendo en él pero no creo que lo hubiera investigado como tal. Era como una capa de piel más, que nutres de vez en cuando, que sufre pequeños cortes a los que apenas se les presta atención y que quedan a la intemperie aunque nadie lo tenga en cuenta. Sin embargo, no a todo el mundo le permitimos el contacto de la piel.

Observé la puerta. Parecía estar en perfecto estado pero ya me habían hablado de sus tejas rotas, los muebles desvencijados y la falta de baldosas. Por un instante sentí que mi mirada pudiera atravesar esa puerta y recorrer la estancia en un vuelo frugal que me revelara todos sus secretos sin que nadie pudiera evitarlo. Avancé dos pasos. Deseaba investigar cada uno de sus rincones. Adelanté un poco más el pie izquierdo pero tuve que apartar la mirada avergonzada por su imponente presencia.

El problema no era que no tuviera la llave, era que no encontraba el cerrojo.

¿Pena por su abandono? No me correspondía aún a mí su cuidado. Podía llamar la atención de su dueño e incluso limpiar los alrededores pero por el momento no me atrevía a hacer más.

Me di la vuelta convencida de que podría encontrar cosas muy interesantes dentro pero que esa tarde debía ocuparme de mi propio cuarto. Tardaría un tiempo en limpiarlo y quién sabe si me sorprendería descubriendo nuevos cajones.

Por un segundo temí que una noche se derrumbara y ya no pudiera entrar. Cuando ya casi no podía verlo, me giré y lo contemplé de nuevo. Seguía ahí, igual de fascinante que siempre. No, me daría tiempo, no iba a tardar tanto en regresar.

domingo, 10 de febrero de 2019

Marcapáginas

Siempre leía en el tren. Por muy pesado que fuera el libro, siempre la acompañaba. Daba igual que estuviera sentada o de pie, que un ejército de cotorras invadiese el vagón o que el cansancio dominara su cuerpo, todos los días y sin excepción pasaba las páginas de algún volumen que la hacía viajar más allá de su propia vida.

Esa mañana ocupó el mismo asiento que venía tomando en los últimos años. El silencio del vagón era relativamente aceptable y una historia mucho más que intrigante la aguardaba en el bolso. Sin embargo, encendió el mp3 y se concedió el capricho de ir escuchando música.

Las canciones se iban sucediendo según sus propias emociones daban bandazos confusos. Para cuando quiso llegar a su parada todo estaba claro.

Al bajar en la estación se acercó a una papelera. Sacó una nota de su bolsillo y la hizo pedazos. La observó en su mano antes de desprenderse de ella. Durante un largo tiempo había sido su marcapáginas.

Suspiró, sonrió y se fue a sentar a un banco. Sacó el libro y acarició su lomo con delicadeza. La gente pasaba a su lado observando el temblor de sus manos. Lo abrió y quedó atrapada por más de media hora en la primera página, con la dedicatoria.

Lo cerró, y al ritmo de una melodía inconclusa que sacudía su cabeza, repitió las frases de aquella dedicatoria que eran el viaje de su propia vida.

martes, 5 de febrero de 2019

Corrupción en ficción y no es un informativo

La película El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018) compitió en sección oficial de la última edición del Festival de Cine de San Sebastián y se estrenó a finales de Septiembre del pasado año en la gran pantalla. Más recientemente ha sido galardonada con hasta siete premios Goya entre los que se incluye el de mejor dirección, interpretación masculina para Antonio de la Torre. Habra quienes quizá por eso piensen que se trata de una película academicista pero nada más lejos de la realidad. Su estructura sin altibajos y mantiendo el interés continuamente no cae por ello en evidencias mientras que los diálogos creados por Sorogoyen e Isabel Peña (co-guionista de todas sus películas) son tan naturales que no parecieran estar escritos sino improvisados.

Desde luego que en este sentido no se puede aludir exclusivamente al guion pues también aportan mucho los propios actores. Si bien se ha señalado en numerosas medios la labor del protagonista, es una película de secundarios. Especialmente señalados quedan Luis Zahera (merecidamente reconocido con el Goya de interpretación de reparto) cuya escena en el balcón poniéndose rojo resulta espectacular (ya tuve oportunidad de verle en el teatro y no creía que pudiera sorprenderme más, pues ala) y en el aspecto femenino quizá se haya señalado bastante más el papel de Ana Wagner pero personalmente considero el trabajo de Barbara Lennie más sobresaliente. Interpreta a una periodista desde la perspectiva de la sensibilidad y la fortaleza más allá del drama. Además, refleja el trabajo de la mujer en el medio televisivo y las dificultades a las que se enfrenta, pero sin llevarlo a una concepción de personaje simplista.

Por ello es una película comprometida con la sociedad en muchos aspectos. Y aunque es cierto que muchos han criticado la cobardía de no aludir directamente a nombres o siglas de políticos reales, al final es lo de menos porque la corrupción está presente en todos. ¿De verdad iba a aportar algo a la trama el echo de aludir a tal o cual partido? No lo creo. Además, lo relevante está en la propia crítica y el hablar de ello. No sé en cine porque no es una temática que hasta ahora me atrajera, pero en la ficción televisión reciente es muy poco aludido. La embajada (Antena 3, 2016) retrataba la vida personal y profesional de un diplomático corrupto y aunque se inició con muy buena audiencia terminó pinchando y pocos serán los que la recuerden. Cuerpo de élite (Antena 3, 2018) vivió una situación similar y abrió tantos frentes que quizá fuera una de las razones para cancerla. Es decir, que al final el hablar de corrupción es un riesgo y aquí pese a esa falta ha de reconocerse su buen hacer.

Quizá el aspecto por el que más llama la atención es por el tratamiento que da en sí del tema. Lo fácil habría sido llevarlo por camino de culpabilidad pero muestra personajes que toman decisiones que no son acertadas y cuando la pelota se hace tan grande ya no se puede parar. No es cuestión de buenos y malos, tampoco busca posicionarse. Muestra unas cartas sin hacer elegir ni marcar caminos y sobre todo promueve la reflexión ya no solo desde la perspectiva de los políticos. Hay una escena brillante en que un personaje paga una consumición en un bar y recibe como cambio más dinero del que debe pero no por ello lo devuelve. Una escena muy sencilla a la que estamos acostumbrados en la vida real y que por el contrario llama mucho la atención en el contexto aún sin tener relevancia para el argumento en sí, no hace avanzar la trama por lo que podría cuestionarse su necesidad, pero es esencial para la reflexión que plantea como sociedad.

En cuanto a elementos extratextuales sorprende la banda sonora. Emplea un motivo musical electrónico que se repite y va en contra de la naturalidad y verdad tan cotidiana de la narrativa pero que a su vez habla del mundo que muestra y hace la película muy dinámica. Es un tema que hipnotiza a la par que pone nervioso.

Y por supuesto también ha de reconocerse la labor de dirección. Hay escenas tecnicamente muy complejas con muchos personajes hablando y comiendo a la vez. En su realización mezcla, como ya hiciera en Que dios nos perdone (2016), cámara en mano con planos rápidos tipo reportaje (con mucha lógica en este caso) y otros más precisos y detallados. El montaje combina así la tensión y el ritmo en una película de larga duración pero en la que pasan cosas importantes todo el tiempo y que por ello no se hace larga.

Es perfecta hasta en el título. Quizá sea una de las pocas películas en que apenas se hace referencia durante el argumento a esa idea y que sin embargo está tan presente.

Se trata por tanto de un film que arriesga por su humanidad desde una temática como es la corrupción a la que desgraciadamente estamos tan acostumbrados a oir en medios informativos. Es esa vinculo que establece con el periodismo el que la sitúa en una posición de alto riesgo pero del que gracias a sus recursos estilístico, de guion y equipo artístico, sale más que victoriosa. No debe alarmar el prejuicio de los asuntos asuntos políticos para no ir a verla pues aunque es el contexto priman otras muchas circunstancias que permiten el disfrute de la película.

Referencias web:

https://cinemagavia.es/el-reino-pelicula-critica/
https://www.warnerbros.es/el-reino
https://www.elconfidencial.com/cultura/cine/2018-09-28/el-reino-rodrigo-sorogoyen-barbara-lennie-isabel-pena-antonio-de-la-torre_1621241/

domingo, 3 de febrero de 2019

La verja

Habían pasado casi dos años desde que cerrase aquella verja. No había regresado desde entonces y era consciente de que las inclemencias del tiempo debían haber dejado su huella. Sin embargo, de ninguna manera esperaba encontrármelo así.

Fue una tarde de invierno, fría y con avisos por fuertes rachas de viento aunque el sol reinaba en el paisaje. Ni siquiera sabía el por qué de mis ansias por regresar a un lugar del que solo recordaba dolor.

Aparqué el coche donde siempre lo había hecho. La diferencia había estado en los escasos cuarenta y cinco minutos de viaje. Masqué mi silencio y respiré con dificultad sintiéndome pesada y torpe. Nada que ver con la libertad que había experimentado años atrás.

Saqué de la guantera un cigarro, lo prendí y bajé la ventanilla. Lo sostuve en mi mano izquierda y aguardé a que se consumiera. Me encontraba paralizada y no le di ni una calada. Lancé la colilla y subí la ventana. Estuve tentada de arrancar el coche y volver a casa obviando aquella última hora, pero no pude. Lo vi cruzar la calle, cabizbajo. Estaba mucho más pálido y delgado que la última vez que nos vimos. Confié en que no me hubiera visto. Me habían comentado que se había vuelto a casa de su madre, al otro lado del pueblo, pero no me imaginé que paseara junto a lo que había sido nuestro hogar. Quise correr hasta él, abrazarle y convencerle de que todo podía volver a ser como antes. Sin pestañear, lo vi alejarse, encorvado pese a su juventud. Nada sería igual porque nosotros no éramos los mismos.

Aún esperé un rato más, agonizando por una vida que ya no lo era y que me había encargado de sepultar con tanto esfuerzo. ¡No! Me negaba a volver a arrastrarme en mi propia inmundicia.

Salí del coche dispuesta a acabar con aquella cobardía de una vez por todas. Eran ya muchos meses los que llevaba en venta la propiedad. Desde la inmoviliaria me comentaban que atraía a numerosos compradores pero que al llegar allí su ilusión desaparecía de forma inexplicable. Y mientras, por más que lo negara, su recuerdo me seguía consumiendo.

A la fachada principal le hacía falta una mano de pintura. La ventana de la cocina se había roto pero alguien se había ocupado de colocar unas maderas para que no se dañara el interior. Él no había sido, estaba convencida. Sabía que si pudiera mirar el interior aún encontraría los platos tirados por el suelo junto a la chimenea, donde las cenizas recordarían un fuego extinguido.

Acaricié la piedra con la mano derecha y fui recorriendo el muro hasta llegar al jardín. Allí sí que había crecido la vida, enmarañada, confusa; un caos inocente que desprendía luz. Incluso así, era perfecto. Alargué mi brazo queriendo tocar aquella pureza. La verja me lo impidió.

Me revolví enfadada, indignada por haber colocado el candado y perdido la llave. Nos recordé plantando rosas, luchando contra una manguera por la que salía agua por todos lados menos por donde debiera, dejánadoles migas de pan a los pájaros,... Nos ví allí, felices en un orden perfectamente dominado por la incomunicación. Y me derrumbé.

Los cimientos que creía tan bién colocados bajo la voz de la valentía y el raciocinio fueron cayendo según las lágrimas recorrían mi rostro. No me había permitido llorar desde aquel día, por orgullo, por prejuicios, yo qué sé, pero después de veinte minutos en que mi cuerpo se mecía por los temblores del olvido, retorné a una serenidad que jamás había experimentado.

Me apoyé en la verja dispuesta a aceptar de una vez por todas aquella situación. Para mi sorpresa el candado cedió. Me puse en pie lentamente disfrutando una vez más de lo que aquel patio había sido. Respiré hondo y di un paso. Después otro y otro más. Sentí las ramas enredarse entre mis piernas. Sonreí. ¡Qué hermosa era la naturaleza en su máxima expresión!

Entonces sentí su mano sobre mi hombro. Fuerte, decidida. Me giré. Nos contemplamos en silencio. Creo que fue en ese instante cuando nuestras miradas hablaron por primera vez. Ya no había amor pero quedaba un profundo pozo sobre el que quizá pudiéramos aún construir una amistad.

Nos abrazamos con ternura respirándonos la piel. ¿Y si solo bajo aquella distancia podíamos existir? Quizá solo eran esas riendas las que pudieran controlar nuestra relación. Quizá jugamos con un exceso de normas. Quizá es que no deberíamos pensarnos tanto sino simplemente hablar y amar.