Observé la puerta. Parecía estar en perfecto estado pero ya me habían hablado de sus tejas rotas, los muebles desvencijados y la falta de baldosas. Por un instante sentí que mi mirada pudiera atravesar esa puerta y recorrer la estancia en un vuelo frugal que me revelara todos sus secretos sin que nadie pudiera evitarlo. Avancé dos pasos. Deseaba investigar cada uno de sus rincones. Adelanté un poco más el pie izquierdo pero tuve que apartar la mirada avergonzada por su imponente presencia.
El problema no era que no tuviera la llave, era que no encontraba el cerrojo.
¿Pena por su abandono? No me correspondía aún a mí su cuidado. Podía llamar la atención de su dueño e incluso limpiar los alrededores pero por el momento no me atrevía a hacer más.
Me di la vuelta convencida de que podría encontrar cosas muy interesantes dentro pero que esa tarde debía ocuparme de mi propio cuarto. Tardaría un tiempo en limpiarlo y quién sabe si me sorprendería descubriendo nuevos cajones.
Por un segundo temí que una noche se derrumbara y ya no pudiera entrar. Cuando ya casi no podía verlo, me giré y lo contemplé de nuevo. Seguía ahí, igual de fascinante que siempre. No, me daría tiempo, no iba a tardar tanto en regresar.
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