Iba a ser solo un rato. Marian encendió la lamparita de noche y cogió el libro del escritorio. Apenas le quedaban treinta páginas y estaba tan emocionante que, pese a haberselo prohibido a sí misma porque luego le costaba más conciliar el sueño, necesitaba arriesgarse.
Caminó hasta la puerta y apagó el interruptor principal. Sintió una ligera corriente entre sus piernas. Por fin parecían estar bajando las temperaturas.
Saltó sobre la cama en el preciso instante en que una sombre se deslizó por el suelo preparando su ataque. Marian tomó el libro entre sus manos dispuesta a devorar las últimas páginas.
La lámpara parpadeo débilmente; sucedía desde hacía un año, pero había descubierto que si doblaba estratégicamente el cable dejándolo en equilibrio sobre la propia superficie de la lámpara, aquel titileo desaparecía. Sí, se estaba volviendo un poco vaga. La muchacha se giró malhumorada y se afanó en detener aquel temblor. Tenía sueño y aún así se enredaba en sus entrañas la inquietud por leer ya mismo el final.
La luz pareció estabilizarse de nuevo. Ella se acomodó en el colchón cuando, por un breve instante, sintió una presión en su muñeca izquierda. Se incorporó y observó el brazo: una silueta rojiza con forma de mano decoraba su piel. Lo tocó con cuidado; no dolía y la temperatura no parecía haber variado.
Con extremada lentitud se acercó al borde de la cama y echó un vistazo alrededor como si buscara el tiburón que va a atacar el barco. Por supuesto que no se atrevió a mirar debajo; a cambió pegó un par de botes sobre la cama que, sobre todo en la parte central, se hundía hasta casi tocar el suelo.
Comprobó de nuevo su muñeca: ya no quedaba marca. Aún con cierta desconfianza, retomó su lectura.
No habían pasado ni diez minutos cuando la lámpara de las narices titilaba de nuevo. Cerró el libro de golpe pero su mirada quedó detenida en el espejo: junto a su propio reflejo una figura oscura la observaba sonriente. Marian tragó saliva y contuvo la respiración. Después de varios parpadeos, el espejismo se difuminó y su respiración se volvió agitada. ¿A dónde había ido? Durante un largo rato fue incapaz de moverse. La luz volvió a quedar estable.
Estiró las piernas con intención de levantarse. En cambio, no podía más que imaginarse cómo una mano huesuda atrapaba su tobillo y tiraba de ella hacia el suelo. Tragó saliva en un intento por calmarse. Ahora también temblaba y empezaba a sentir el frío abotargando cada uno de sus músculos.
Marian logró posar el pie izquierdo en la alfombra. Aguardó un instante con el silencio tronando en sus oídos. Plantó el pie derecho y corrió hacia la puerta para dar la luz principal. Apenas eran un par de metros. No le dio tiempo a llegar. La oscuridad se apoderó de la estancia y Marian tropezó. La sangre comenzó a descender lentamente sobre su frente. Cada vez le costaba más respirar y los párpados le pesaban tanto que apenas podía abrir los ojos.
En medio de la confusión, unos susurros metalizados llenaron la estancia. Después, una suave caricia sobre su cuello. Jamás terminaría de leer aquel libro.
17-07-2019