Su carcajada retumbó en la estancia como el eco perverso de las antagonistas de Disney. La ciudad había quedado completamente a oscuras y su cabello enmarañado se precipitaba sin vida a la hoguera. Había dictado sentencia. No hacía nada malo, tan solo dejaba que las promesas perdidas que cubrían su cuerpo se perdieran bajo la luz de la prisión.
Un puñado de hojas secas decoraban la estancia sin ninguna razón. Tomó una soga y se dedicó a acabar con la locura de la perfección. Después, arrancó la responsabilidad de sus garras y la lanzó al vacío. La velocidad de aquellos recuerdos se perdió en el instante en que el baile se apoderó de ella. Nunca más le tendió la mano al engaño.
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