Insitían en que debía festejar su cumpleaños, que todo el mundo se hacía mayor y no debía avergonzarse por ello. Con eso último estaba totalmente de acuerdo. Además, le gustaban sus canas, abundantes para sus escasos treinta años. Sin embargo, se negaba con rotundidad a organizar y/o participar en cualquier conmemoración relacionada con aquel día. Era más de pensar en las fiestas con un razonamiento propio: la publicación de su primer artículo, su incorporación a aquella revista alternativa, su independencia del hogar familiar o simplemente la amistad.
Pensaba que, en todo caso, quienes debían ser homenajeados eran los padres, ellos eran quienes sufrían con cada resfriado, con cada herida del cuerpo y del alma, con cada decisión poco acertada,... y casi nunca recibían algo a cambio. Por otro lado, nadie podía elegir qué día nacer, ¿qué merito tenía entonces?
Por aquella fecha no sentía absolutamente nada. Se había acostumbrado a que le llamaran borde, a poner las más variopintas excusas con tal de que le dejaran en paz. Y el tiempo terminó por darle la razón.

Siempre había sabido que era adoptado. Se sentía muy afortunado por los padres que tenía. Arreglando los papeles de un trámite como otro cualquiera descubrió que en realidad su cumpleaños era mes y medio más tarde y coincidía con el aniversario de su tercera exposición fotográfica. Fue en ese momento que empezó a festejar la fecha de su nacimiento de cara al público. Para él seguía habiendo otro motivo. Era lo de menos. Terminaba por convertirse en la exaltación de la amistad.