Insitían en que debía festejar su cumpleaños, que todo el mundo se hacía mayor y no debía avergonzarse por ello. Con eso último estaba totalmente de acuerdo. Además, le gustaban sus canas, abundantes para sus escasos treinta años. Sin embargo, se negaba con rotundidad a organizar y/o participar en cualquier conmemoración relacionada con aquel día. Era más de pensar en las fiestas con un razonamiento propio: la publicación de su primer artículo, su incorporación a aquella revista alternativa, su independencia del hogar familiar o simplemente la amistad.
Pensaba que, en todo caso, quienes debían ser homenajeados eran los padres, ellos eran quienes sufrían con cada resfriado, con cada herida del cuerpo y del alma, con cada decisión poco acertada,... y casi nunca recibían algo a cambio. Por otro lado, nadie podía elegir qué día nacer, ¿qué merito tenía entonces?
Por aquella fecha no sentía absolutamente nada. Se había acostumbrado a que le llamaran borde, a poner las más variopintas excusas con tal de que le dejaran en paz. Y el tiempo terminó por darle la razón.

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