viernes, 10 de enero de 2020

El árbol de Navidad

Las flores siguieron durmiendo un tiempo y de pronto un día desaparecieron. Nadie se había encargado de su volatilización y poco a poco su recuerdo fue el olvido. Tampoco lo comentaron entre ellos y las paredes, que llevaban decorando durante meses con el pigmento de sus vidas, terminaron por perfilarse en un negro fúnebre.

Para cualquiera ese habría sido el final. Si ninguno estaba por la labor de hacer un mínimo esfuerzo y dibujar una fina linea de color, no quedaba más que hablar.

Sin embargo, un día alguien (que tampoco se atrevieron a preguntar quién fue) compró una maceta. A la semana otro trajo una piña, alguno debió de unir los dos objetos y después colocar una primera bolita. Y luego otra y otra más. Hasta que terminaron por decorar el que sería su árbol de Navidad aún cuando la época festiva aún estaba lejos.

Para cualquiera sería un montón de basura, cutre y sin sentido, pero era su árbol, el motivo por el que el blanco volvió a ser blanco con matices, con sus días tormentosos y sus días radiantes, porque allí el viento hacía cambiar el tiempo a una velocidad que nadie podía controlar. No obstante, dentro de su casa estaban a salvo. Y las flores... seguro que seguían durmiendo.

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