martes, 28 de enero de 2020

Viajar en tren

Se montó en el tren con la expresión altiva y la mirada fría. Era una joven que no llegaría a los treinta años pero cuyas canas y seriedad la alejaban de la juventud. Vestía de negro de la cabeza a los pies y llevaba el pelo recogido en una trenza. No llevaba equipaje, tenía intención de regresar esa misma noche. Escogió un asiento junto al pasillo y depositó su maletín al lado de la ventana. Sacó el portátil y varios papeles. En las casi seis horas que duró el viaje no se levantó ni para ir al baño.

Los demás pasajeros habían disfrutado del amanecer y de los colores que pintaban el norte de España, pero ella tan sólo había apartado los ojos del ordenador para sacar más papeles de su maletín. Sin embargo, tres minutos antes de llegar a su destino y como si la hubieran dado un tortazo, todo su cuerpo empezaba a reaccionar. Respiró hondo, agachó la cabeza a la vez que tragaba saliva. Lentamente su mirada se posó en el paisaje. Sus dedos quedaron flotando junto a las teclas del ordenador.

En un estado de hipnosis, recogió sus pertenencias y bajó del tren. La esperaba su hermano junto a sus sobrinas. Por primera vez, las trató con cariño. Recorrieron la distancia entre la estación y su pueblo en coche. Lo observaba todo con la curiosidad de quien descubre un mundo nuevo, con la diferencia de que casi veinte años de su vida había transcurrido allí... aunque no hubiera vuelto desde entonces... Quizá pudiera quedarse un día más. Quizá aquello era más importante de lo que quería reconocer.

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