Corrí despavorida temerosa de ver tu rostro. Sabía que era cuestión de tiempo que mi pelo se enredara en sus fauces. Sentía tu aliento de madrugada y sabía de tu presencia mucho antes de que rozaras mi piel. Mi mente te dibujaba como un monstruo aunque jamás te hubiera visto. Me alegro de haber estado ciega y que quitaras esa venda de mis ojos.
El primer encuentro fue tímido, casi una cita, no tan tenso como me esperaba. Puede que incluso aquel día naciera ya el cariño. Tardamos en volver a vernos porque aún dominaba el rechazo, puede que el miedo.
Nos encontramos de nuevo en verano gracias a una amiga, y dejamos que la relación fluyera. Ya no pude renegar de que había comenzado una historia de amor aunque mantuviéramos los formalismos. Nunca lo dijimos en voz alta, no hacía falta. Poco a poco fuiste entrando más y más en mi vida: un fin de semana juntos, conversaciones al atardecer, las caricias de la mañana,... Encontraste mi punto fuerte y trabajaste mi debilidad. Podría hablarse de rutina, pero cada día diferente, especial.
No recuerdo la fecha de nuestro aniversario. No hace falta. Con celebrarnos hoy es suficiente. El orgullo de poder compartir mis horas contigo es diario pero supongo que hoy lo es un poquito más por esa pequeña aventura que culminó en libro.

Te prohíbo que me abandones. Es una ley y me da igual si no te gusta. Te buscaré entre las tinieblas si porfías por alejarte de mi más de lo estrictamente pactado. Te doy libertad para ir y venir a tu antojo por los rincones de mis emociones, aunque a veces toques fibras que no debieran estar permitidas; que vayas más allá de mis fronteras y colonices reinos que ni siquiera pensaba inventados. Te di ese poder y no me arrepiento incluso cuando invadiste el terreno de lo profesional. Te debo mucho, pero te advierto que como se te vuelva a ocurrir marcharte sin permiso ni intención de regresar, acudiré al inframundo y pactaré con el diablo con tal de volver a tenerte cerca. Puede que sea obsesión, una relación a veces poco sana, pero estamos aprendiendo a marcar límites y a darnos espacio.
No merezco tus desprecios de la misma manera que no quiero nuestras discusiones pese a que sean necesarias. No me lo tengas en cuenta como yo tampoco te lo tengo a ti. Me alegra de que siempre accedas a hacer las paces conmigo y vuelvas a instalarte entre mis labios como si nunca te hubieras ido. Esto es una historia de amor verdadero, de errores y triunfos en la que que casi siempre se da más de lo que se recibe, pero que es lo menos, porque no hay ninguna intención de recibir, y aún así a veces llegan mensajes que hacen más y más fuerte nuestra relación.
Supongo, querida escritura mía, que aún nos queda mucho por aprender de nuestra convivencia, así que toma mi mano y añadamos un párrafo más a la memoria de otro Día del Libro juntos.
Muy intenso en la transmisión de los sentimientos que tienes hacia la escritura.
ResponderEliminarTan sólo un pero, desde mi punto de vista y fruto más de la distinta visión a la hora de escribir que de la calidad del texto. Creo que no es necesario la especificación "querida escritura mía" ya que en el cuarto párrafo dejas entrever a lo que te refieres al decir "la aventura que terminó en libro" y siempre quedaría más abierto para aquel que decida que no te refieres a la escritura y decida hecha a volar su imaginación impulsado por tus palabras.
Me alegra que hagas esa apreciación porque yo también debatí sobre ello. Normalmente apuesto por los finales abiertos pero en esta ocasión me parecía importante asentarlo por una cuestión de orgullo propio y que a veces hay que dejar claro aquello que quieres, sea la escritura o las personas. ¡Gracias por tu comentario!
ResponderEliminar