lunes, 29 de noviembre de 2021

Paseo: De Sol a Fuenlabrada

17-11-2021

Voy por la Carrera de San Jerónimo. Hay una señora con deportivas tocando el violín. Suena fatal. Una mujer se esfuerza por hacerse entender al teléfono: no quiere ir allí el lunes, debería saberlo ya. Pienso que a lo mejor se convierte en la protagonista de algún relato y que tendría que tomar nota si esa es mi verdadera intención, aunque sea en el móvil. Acaba por perder intensidad la idea y la deja marchar. No sé si me arrepentiré. Habría que trabajarla, darle un poco de forma... No, de momento no.

Hay un teatro. La obra no me suena aunque la interpreta una actriz famosa que esta vez sí reconozco. Me sorprende que el público no sea prioritariamente octogenario. No, a ver, entiéndeme, con ese cartel y en un gran teatro es lo normal, lo digo como espectadora habitual.

Tres cincuentañeras entusiastas escuchan a una cuarta explicando lo extenso que fueron los dominios de México. Me quedo con ganas de perseguirlas unas calles y saber si lo que cuenta es el resultado de dos apuntes mal entendidos o lo explica con conocimiento de causa. Los maridos van unos metros por detrás, en silencio y con las miradas perdidas.

El Congreso está iluminado con la bandera de Francia. Desconozco si hay alguna justificación, pero no encuentro ni cámaras ni periodistas, así que lo dudo, lo que me genera más curiosidad. Paso por delante de un hotel caro. Suena música clásica. El botones llama a un taxi y se sube una pareja que habla en perfecto castellano y parece muy normalita. ¿Qué clase de personas serán en realidad?

Llego a la rotonda de la fuente de Neptuno. Me sorprende reconocer la estatua aunque si lo pienso con detenimiento lo entiendo, he pasado cientos de veces por delante en los últimos meses. Un padre deja a su niña con gorro de lana rosa en el suelo. La pequeña se tambalea en el sitio. Les dejo atrás y unos pasos más allá escucho al padre correr detrás de la niña. Me acuerdo de algunas personas. Carpe diem.

Cruzo al paseo arbolado del centro de la calle. La luna se dibuja por encima del Museo del Prado. Ahora es un poco más pequeña pero la estampa algo más atractiva bajo mi punto de vista. Debería visitarlo en diciembre. El museo, digo, en la luna ya estoy con cierta frecuencia. No, debería no, tengo que.

El jardín botánico está iluminado. Sí, es bonito, sobre todo a nivel de escritura, de imágenes de otros mundos, pero por encima de todo, me horripila: no creo que sea necesario ni tanto gasto ni esa contaminación lumínica.

Atocha está envuelta en la niebla. Me resulta curioso que se focalice solo ahí, pero ya me he acostumbrado. Me recuerda a Londres, no a mi ciudad. Y con ese pensamiento es precisamente como viene a aparecer Bournemouth. Termino de ser consciente de que con ese paseo he estado buscando aquellas maravillas en éstas. No, no las he encontrado pero esto… también… ¿me gusta? Sí, a lo mejor he conseguido que llegue ese momento.

Esperando al semáforo observo a una chica que hace fotos. Me recuerda a Cecilia, una compañera de la universidad. Hubiera aprendido mucho de ella. Me pregunto qué será de ella y me propongo investigar cuando llegue a casa. Estoy convencida de que con su esfuerzo y constancia habrá conseguido ya alguno de sus sueños. Es como Laura. Me alegro por ella y me pregunto si estará bien.

Paso junto a la churrería y por alguna conexión extraña me acuerdo de que va siendo hora de comprar las felicitaciones navideñas. Es solo que quería enviarles antes una postal de Madrid a Lenka y Ale. A lo mejor la semana que viene, aunque tengo demasiado que contarlas y debería llamarlas también. Bueno, lo suyo sería hacer una videollamada grupal. Lo debería proponer pronto. Es solo que… no es lo que era… si algún día lo fue. No pasa nada. Es el curso natural de la distancia. Pero tengo que escribir en el grupo.

La estación bulle en su habitual tránsito de viajeros. Atravieso el torniquete. Voy por la pasarela alternando la mirada entre los trenes que vienen y van y mis deportivas azuladas por los pantalones y amarronado por el barro de algún camino que seguro que disfruté.

Bajo las escaleras mecánicas y me voy al final del andén. Sigue en obras. Creo que ya habían empezado cuando volví a España hace más de un año. Pienso en los mensajes que tengo pendientes de responder. Me vienen palabras en inglés y danés aunque son respuestas en castellano. Entiendo el porqué de la mezcla de idiomas. No siempre lo comprendo. No siempre quiero entenderlo.

Subo al tren y me voy a la última ventana a la derecha, para poder ver el cartel de frontera (esa es otra historia). Al otro lado se sienta una chica con dos maletas. Pienso que esa hubiera sido yo en alguna otra ciudad europea. Pero ahora ya no y eso está bien también.

En el siguiente grupo de asientos hay una familia con un niño y una niña, en torno a 5 y 7 años calculo, pero tampoco se me da muy bien... Enciendo el libro electrónico aunque mi mirada se pierde más allá del cristal. A ratos en el reflejo del interior del tren. La niña me mira, se esconde y vuelve a mirarme. Se rie. Su padre me observa y la regaña. Releo el mismo párrafo.

Pienso en Glass, la escucho mentalmente mientras me planteo si empezar a redactar esto en la tablet. No. Sé bien cuántos documentos se han quedado ahí y llevan años encerrados. Prefiero revivir el viaje esta noche. Me decido a que no habrá excusas que lo impidan.

La niña me mira de nuevo. Escucho varias canciones en mi cabeza. Es que he descubierto un par de grupos y cantantes independientes hace poco. Sus letras hablan de la vida, de vivir intensamente y recordar. Me veo en un banco tomando el sol esta mañana. Me veo haciendo fotos en la rosaleda. Pasa la frontera y decido cerrar el libro. Mira que es interesante, pero no es el momento. Hay una herida que también se está cerrando.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Paseo: De Plaza de España a Sol

17-11-2021

La pantalla en negro y empiezan a pasar los títulos de crédito. Normalmente me espero a que acaben pero hoy no puedo. Tengo que salir. La película me ha encantado y quiero volver a verla acompañada. Hay mil puntos que analizar. Pero tengo que salir y respirar.

Me apetece tomar algo caliente. Me asomo a la cristalera de una cafetería. No, mejor no. Sigo caminando y llego a Plaza de España. Mis manos se preguntan si no voy a sacar ya los guantes. No lo hago.

Me paro en el semáforo y miro hacia la izquierda. Me acuerdo de Rosa. Tengo que llamarla y ponerla al día. La echo de menos. Quizá incluso podría hacerle una visita rápida… Es solo que antes tengo que acabar eso otro. Debería ponerme una fecha límite. Sin presionar, es solo que hay que avanzar.

Soy consciente de que ya se puede cruzar cuando me veo envuelta en un grupo de turistas franceses. Al otro lado de la calle hay otra cafetería. Paso de largo, es demasiado... no lo que quiero... Entonces me acuerdo de un establecimiento muy acogedor por la zona de Sol. No me hace falta buscar ninguna excusa.

Subo por Gran Vía. Me acuerdo de ellos. Obviamente ya no están, pero es como si las siluetas siguieran allí. Unas horas antes, una mujer abrazaba a un hombre. Era triste, mucho. Él se mostraba ajeno y dejaba que los brazos de ella le envolvieran. Me hubiera gustado ver también el gesto de ella.

Un señor de escaso largo pelo canoso baila. Lleva unos auriculares blancos. Se detiene frente al cartel de una película estadounidense. Lo observa con atención sin dejar de mover el cuerpo. Cerca de él, dos señoras discuten de sus achaques y la cantidad ingente de pastillas que desayunan. La de pelo morado se para y señala al hombre. Olvidan su conversación y ríen con el bailarín. Él se gira hacia ellas, las giña el ojo y sigue danzando calle arriba.

El cartel del Rey León brilla de nuevo. Todavía es pronto para las habituales largas colas de entrada aunque ya empiezan a llegar los espectadores. Un grupo de cuatro ancianos con bastón intenta hacerse un selfie. Parecen realmente entretenidos aunque dudo mucho que su fotografía llegue a mostrar algo más que trazos difusos de luz. La imagen es lo de menos.

Me doy cuenta de que mis pasos son acelerados y me obligo a contemplar los edificios. Me doy cuenta del espacio que empieza a ocupar en mí Madrid y sé que ahora quiero que sea así.

En Callao hay un evento de alguien que seguro que es famoso y cuyo nombre me quiere sonar de algo pero… Consigo atravesar la multitud vestida de forma elegante y a los primeros ayudantes de los Reyes Magos que hacen sus encargos en el Corte Inglés.

Hay un hombre tocando la gaita. Me acuerdo de los bosques de Galicia. Del verde y su silencio. Empiezan a sonar en mis recuerdos los tambores en la festa do boi. Por unos segundos paseo también por las calles empedradas de Allariz. Pero no. Tengo que volver a la Calle del Carmen. Carpe Diem. Ese es por lo visto nuestro mensaje. Quiero que llegue el viernes. Eso tampoco debe ser ahora. Carpe Diem.

No se puede adivinar siquiera el final de la cola para comprar en Doña Manolita. Me planteo si un día yo misma engrosaré esa hilera. No llego a responder porque me llega el intenso olor a castañas asadas. Será símbolo del otoño pero a mí me conecta con la Navidad, con otros paseos por esas calles siendo unos críos.

Las terrazas están a medias, incluso las de los helados. Y después Sol. La luna brilla sobre los tejados pero en la plaza destacan los carteles publicitarios, esos luminosos que en realidad te hacen apartar la mirada. Es triste porque la gran plateada está prácticamente llena.

Cruzo, subo un poco y giro a la izquierda. De pronto es como si la gente se hubiera volatilizado. Encuentro la cafetería. Estuve hace unos meses con Carmen y Sofía. Me encanta que me descubran lugares así.

Pido café y un trozo de tarta (un día es un día y el paseo de hoy va ya para largo). Me acomodo en una mesita en el centro del establecimiento. Es pequeñito pero muy acogedor. Me pongo a escribir aunque la vista y la concentración se me va en más de una ocasión hacia lo que me rodea. Cuando los sentidos están despiertos no es tan fácil hacerlos callar. Tampoco hace falta.

La chica que me atiende: bajita, con coleta y pelo azul, deportivas desgastadas. La otra se encarga de preparar los cafés y es más alta. Hacen un buen equipo. A ratos hablan, a ratos se miran cómplices.

Frente a mi hay una chica americana (eso lo escucho después comentar a las dos camareras), tiene dos platos con ensaladas y bebe vasos de agua. Luego entran dos jóvenes: él con una maleta y ella con la mirada muy viva. A mi lado hay dos chicos que ya han acabado su consumición pero siguen poniéndose al día. Me gusta la luz, discreta pero lo suficientemente intensa. Hay música, suave. Así, sí.

Me termino el café. Aún tengo historias por escribir pero no quiero que se me haga más tarde. Ya no llevo reloj en la muñeca pero sigo dependiendo demasiado del tiempo. Del tiempo y los recuerdos. Recojo los bártulos y me despido de las amables camareras. Volveré. No creo que a mucho tardar. Me lanzo de nuevo a las calles de Madrid...

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Políglotas

Se dirigían al perro en inglés, que si let´s go, stop, sit please, well done... Eran dos jóvenes trajeados, de aspecto bastante moderno, que entre ellos conversaban en castellano, con acento del norte, quizá cántabros o astuarianos, a lo mejor veraneantes de los montes gallegos. Cambiaban de un idioma al otro con soltura tanto el uno como el otro. Debían haber adoptado a la mascota en el extranjero sin haberla instruido en el arte del bilinguismo.

Un hombre alto, rubio, de piel pálida comenzó a jugar con el perro y les preguntó a los jóvenes por su edad. Solo los pájaros parecían querer contestar. El hombre hablaba en inglés y ellos... emitieron por respuesta una serie de sonidos guturales con perfecto acento castellano... monosílabos que pretendían imitar el inglés pero que no definían las primaveras de su mascota. Claro, es que una cosa es vestir de traje y otra muy diferente saber idiomas.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Querida Desconocida

¿Quién eres? ¿Perteneces al cielo o a la tierra? ¿Tienes alas o escupes fuego? ¿Puedes impulsarme por el río o me llevas por aguas mansas? ¿Prefieres el precipicio o el abismo? ¿Sueñas con chocarte contra el viento o con mecer al huracán? ¿Saludas a las margaritas o te despides de las mariposas? ¿Utilizas cuchillos o dagas?

¿Quién eres? No, es que está muy bien eso de esconderse bajo el nombre de "desconocida" pero sé que te conozco. Sí, por cómo me hablas, por tus emoticonos, por tus puntos y a parte... Aunque también creo que no eres solo una. Diría que dominas las voces de varias personas, los gritos de según qué hombres y los silencios de ciertas mujeres. Puede que de países a medio mundo de distancia. A lo mejor cómplices de un mismo hogar. O podríamos conocernos de otra vida.

¿Quién eres? Me gusta imaginarte como una sombra frente al ordenador. Una forma sin cuerpo aspirando a la consistencia. El habitante de una sala de espejos. El residente de un océano dulce. El ciudadano de un desierto frondoso. A veces casi una mole de piedra. Tal vez caliza. A veces, un ente invisible. Tal vez niebla. A veces, una copa translúcida. Tal vez la sed agotada. No quieres girarte para descubrirme tu rostro. Yo tampoco quiero que lo hagas. Me gusta seguir pensándote como una figura de barro siempre en danza.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Gaviota

Aletea y deja que el viento acaricie tus plumas. Aletea y deja que el viento te impulse. Aletea y deja que el viento te arrastre de vez en cuando. Aletea y recuerda que tienes patas sobre las que descansar en tierra. Patas sobre las que caminar y tropezar. Patas para escarbar y mantenerse en equilibrio.

Permanece junto al océano y explora más allá de los acantilados. Báñate en el mar e imagina qué habrá más allá del horizonte. Vuela junto a gorriones y palomas, conversa con sirenas e hipocampos. Aliméntate pero no llenes solo tu estómago. Chilla al tumulto de la ciudad y duerme al abrigo de las olas.

Aletea y sueña que es real. Aletea y despierta cuando aún no haya luz. Aletea y muéstrales que puedes viajar. Aletea y recuerda que eres tú.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Calma

¿Has pensando alguna vez en reconciliarte contigo mismo?

Hace unas semanas me quebré. Estaba preocupada, entre otras muchas cosas, porque no era capaz de llorar y un simple "hola" en videollamada me rompió. Casi me avergüenza el berrinche pero era lo que necesitaba en ese momento.

Me asustó mucho llorar de aquella forma. Me sentí escuchada y sentí el abrazo en la distancia. Esta vez no fue suficiente. Pedí ayuda y llegó enseguida pero, tonta de mí, me enfadé porque no era la solución que esperaba... cuando en realidad era la que me negaba a escuchar: sé tú misma. Ser yo... yo misma.

Me acordé de que me gusta ser luz y que todo el mundo lo vea, me gusta estar sola en casa o paseando por Madrid pero no me gusta sentirme sola, me gusta mucho aprender y enfrentarme a nuevos retos, me gusta ser un poco torpe en la cocina porque es más divertido, me gusta estudiar danés por las mañanas, me gusta sentirme valiente de vez en cuando a pesar de que por lo general me creo cobarde, me gusta empezar cuadernos de escritura y convencerme de que esta vez va a estar todo bien ordenadito aunque sé perfectamente que a la segunda página empezará el caos (ese caos no es que me guste, me encanta).

Si tenía que ser yo misma también tenía que volver a escribir. Sí, por supuesto que nunca lo he dejado del todo, pero no salía de mí ("Sin con tacto" y "Los Olivos" estaban obviamente más que excluidos de esa negatividad, esos son dos tesoros), a veces incluso ni siquiera me resultaba placentero. Y eso es un problema. Así que retomé mi misión de regaladora de cuentos.

Supe que todo estaba bien cuando después de media hora acostada y con los pies aún helados, me levanté de la cama y busqué desesperada un cuaderno porque había encontrado el hilo principal de mi cuento. Me lo pasé tan bien escribiendo como recordaba, como creía haber olvidado. Supe que todo estaba bien cuando me pelee conmigo misma porque "detener" no tiene ningún sinónimo que se adapte a mis necesidades, para con el cuento y ahora que lo tecleo me doy cuenta de que para todo lo demás también.

Esto no es un discurso de autoayuda sino escritura automática que podría asemejarse a una página de diario. Si decidí publicarlo aquí es porque este blog es también parte de mi historia como autora y testigo de mi recuperación como ya lo ha sido otras tantas veces. A veces releo viejas publicaciones e incluso me llegan a gustar...

lunes, 8 de noviembre de 2021

Autorretrato

Una gota desciende por la montaña, no se acerca al río, recela de las fuentes pero las observa en la distancia; prueba el juego de la imitación, se deja fluir en el fango y cuando se acerca al mar, se estanca, cautelosa, reteniendo cada átomo en contra de la fuerza de la gravedad... y pufff... desaparece.

Una voz descubre su timbre, banaliza su tono y escupe en silencio; se esconde en aquella ciudad del norte de estrellas sin noche, pasa a habitar la luna y cuando encuentra el sol que la ilumina, huye con una maleta de acero. Un nuevo hogar es aquella otra ciudad del sur, donde se podía cantar aunque no hubiera melodía. Es un refugio que acaba llevándose el viento, no un tornado, sino el devenir del tiempo.



Una mano muestra su piel agrietada y acaricia suave. Los dedos palpan unas alas resquebrajadas y tejen una red sobre la cabeza. El cuerpo desnudo se acuesta para soñar despierto, cubre las piernas con otoños floreados y sacude la arena de aquella playa imaginada donde la madera crepitaba junto a un puñado de malvaviscos.