17-11-2021
La pantalla en negro y empiezan a
pasar los títulos de crédito. Normalmente me espero a que acaben pero hoy no
puedo. Tengo que salir. La película me ha encantado y quiero volver a verla acompañada.
Hay mil puntos que analizar. Pero tengo que salir y respirar.
Me apetece
tomar algo caliente. Me asomo a la cristalera de una cafetería. No, mejor no.
Sigo caminando y llego a Plaza de España. Mis manos se preguntan si no voy a
sacar ya los guantes. No lo hago.
Me paro en el semáforo y miro
hacia la izquierda. Me acuerdo de Rosa. Tengo que llamarla y ponerla al día. La
echo de menos. Quizá incluso podría hacerle una visita rápida… Es solo que antes
tengo que acabar eso otro. Debería ponerme una fecha límite. Sin presionar, es
solo que hay que avanzar.
Subo por Gran Vía. Me acuerdo de
ellos. Obviamente ya no están, pero es como si las siluetas siguieran allí.
Unas horas antes, una mujer abrazaba a un hombre. Era triste, mucho. Él se
mostraba ajeno y dejaba que los brazos de ella le envolvieran. Me hubiera
gustado ver también el gesto de ella.
Un señor de escaso largo pelo canoso baila. Lleva unos auriculares blancos. Se detiene frente al cartel
de una película estadounidense. Lo observa con atención sin dejar de mover el
cuerpo. Cerca de él, dos señoras discuten de sus achaques y la cantidad ingente
de pastillas que desayunan. La de pelo morado se para y señala al hombre.
Olvidan su conversación y ríen con el bailarín. Él se gira hacia ellas, las
giña el ojo y sigue danzando calle arriba.
El cartel del Rey León brilla de
nuevo. Todavía es pronto para las habituales largas colas de entrada aunque ya
empiezan a llegar los espectadores. Un grupo de cuatro ancianos con bastón
intenta hacerse un selfie. Parecen realmente entretenidos aunque dudo mucho que
su fotografía llegue a mostrar algo más que trazos difusos de luz. La imagen es lo de
menos.
Me doy cuenta de que mis pasos
son acelerados y me obligo a contemplar los edificios. Me doy cuenta del
espacio que empieza a ocupar en mí Madrid y sé que ahora quiero que sea así.
En Callao hay un evento de
alguien que seguro que es famoso y cuyo nombre me quiere sonar de algo pero… Consigo
atravesar la multitud vestida de forma elegante y a los primeros ayudantes de los Reyes
Magos que hacen sus encargos en el Corte Inglés.
Hay un hombre tocando la gaita. Me
acuerdo de los bosques de Galicia. Del verde y su silencio. Empiezan a sonar en
mis recuerdos los tambores en la festa do boi. Por unos segundos paseo también
por las calles empedradas de Allariz. Pero no. Tengo que volver a la Calle del
Carmen. Carpe Diem. Ese es por lo visto nuestro mensaje. Quiero que llegue el
viernes. Eso tampoco debe ser ahora. Carpe Diem.
No se puede adivinar siquiera el
final de la cola para comprar en Doña Manolita. Me planteo si un día yo misma
engrosaré esa hilera. No llego a responder porque me llega el intenso olor a castañas
asadas. Será símbolo del otoño pero a mí me conecta con la Navidad, con otros
paseos por esas calles siendo unos críos.
Las terrazas están a medias,
incluso las de los helados. Y después Sol. La luna brilla sobre los tejados
pero en la plaza destacan los carteles publicitarios, esos luminosos que en
realidad te hacen apartar la mirada. Es triste porque la gran plateada está prácticamente
llena.
Cruzo, subo un poco y giro a la
izquierda. De pronto es como si la gente se hubiera volatilizado. Encuentro
la cafetería. Estuve hace unos meses con Carmen y Sofía. Me encanta que me
descubran lugares así.
Pido café y un trozo de tarta (un
día es un día y el paseo de hoy va ya para largo). Me acomodo en una mesita en
el centro del establecimiento. Es pequeñito pero muy acogedor. Me pongo a
escribir aunque la vista y la concentración se me va en más de una ocasión hacia
lo que me rodea. Cuando los sentidos están despiertos no es tan fácil hacerlos
callar. Tampoco hace falta.
La chica que me atiende: bajita,
con coleta y pelo azul, deportivas desgastadas. La otra se encarga de preparar
los cafés y es más alta. Hacen un buen equipo. A ratos hablan, a ratos se miran
cómplices.
Frente a mi hay una chica
americana (eso lo escucho después comentar a las dos camareras), tiene dos
platos con ensaladas y bebe vasos de agua. Luego entran dos jóvenes: él con una
maleta y ella con la mirada muy viva. A mi lado hay dos chicos que ya han
acabado su consumición pero siguen poniéndose al día. Me gusta la luz, discreta pero
lo suficientemente intensa. Hay música, suave. Así, sí.
Me termino el café. Aún tengo
historias por escribir pero no quiero que se me haga más tarde. Ya no llevo
reloj en la muñeca pero sigo dependiendo demasiado del tiempo. Del tiempo y los
recuerdos. Recojo los bártulos y me despido de las amables camareras. Volveré.
No creo que a mucho tardar. Me lanzo de nuevo a las calles de Madrid...
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