domingo, 28 de noviembre de 2021

Paseo: De Plaza de España a Sol

17-11-2021

La pantalla en negro y empiezan a pasar los títulos de crédito. Normalmente me espero a que acaben pero hoy no puedo. Tengo que salir. La película me ha encantado y quiero volver a verla acompañada. Hay mil puntos que analizar. Pero tengo que salir y respirar.

Me apetece tomar algo caliente. Me asomo a la cristalera de una cafetería. No, mejor no. Sigo caminando y llego a Plaza de España. Mis manos se preguntan si no voy a sacar ya los guantes. No lo hago.

Me paro en el semáforo y miro hacia la izquierda. Me acuerdo de Rosa. Tengo que llamarla y ponerla al día. La echo de menos. Quizá incluso podría hacerle una visita rápida… Es solo que antes tengo que acabar eso otro. Debería ponerme una fecha límite. Sin presionar, es solo que hay que avanzar.

Soy consciente de que ya se puede cruzar cuando me veo envuelta en un grupo de turistas franceses. Al otro lado de la calle hay otra cafetería. Paso de largo, es demasiado... no lo que quiero... Entonces me acuerdo de un establecimiento muy acogedor por la zona de Sol. No me hace falta buscar ninguna excusa.

Subo por Gran Vía. Me acuerdo de ellos. Obviamente ya no están, pero es como si las siluetas siguieran allí. Unas horas antes, una mujer abrazaba a un hombre. Era triste, mucho. Él se mostraba ajeno y dejaba que los brazos de ella le envolvieran. Me hubiera gustado ver también el gesto de ella.

Un señor de escaso largo pelo canoso baila. Lleva unos auriculares blancos. Se detiene frente al cartel de una película estadounidense. Lo observa con atención sin dejar de mover el cuerpo. Cerca de él, dos señoras discuten de sus achaques y la cantidad ingente de pastillas que desayunan. La de pelo morado se para y señala al hombre. Olvidan su conversación y ríen con el bailarín. Él se gira hacia ellas, las giña el ojo y sigue danzando calle arriba.

El cartel del Rey León brilla de nuevo. Todavía es pronto para las habituales largas colas de entrada aunque ya empiezan a llegar los espectadores. Un grupo de cuatro ancianos con bastón intenta hacerse un selfie. Parecen realmente entretenidos aunque dudo mucho que su fotografía llegue a mostrar algo más que trazos difusos de luz. La imagen es lo de menos.

Me doy cuenta de que mis pasos son acelerados y me obligo a contemplar los edificios. Me doy cuenta del espacio que empieza a ocupar en mí Madrid y sé que ahora quiero que sea así.

En Callao hay un evento de alguien que seguro que es famoso y cuyo nombre me quiere sonar de algo pero… Consigo atravesar la multitud vestida de forma elegante y a los primeros ayudantes de los Reyes Magos que hacen sus encargos en el Corte Inglés.

Hay un hombre tocando la gaita. Me acuerdo de los bosques de Galicia. Del verde y su silencio. Empiezan a sonar en mis recuerdos los tambores en la festa do boi. Por unos segundos paseo también por las calles empedradas de Allariz. Pero no. Tengo que volver a la Calle del Carmen. Carpe Diem. Ese es por lo visto nuestro mensaje. Quiero que llegue el viernes. Eso tampoco debe ser ahora. Carpe Diem.

No se puede adivinar siquiera el final de la cola para comprar en Doña Manolita. Me planteo si un día yo misma engrosaré esa hilera. No llego a responder porque me llega el intenso olor a castañas asadas. Será símbolo del otoño pero a mí me conecta con la Navidad, con otros paseos por esas calles siendo unos críos.

Las terrazas están a medias, incluso las de los helados. Y después Sol. La luna brilla sobre los tejados pero en la plaza destacan los carteles publicitarios, esos luminosos que en realidad te hacen apartar la mirada. Es triste porque la gran plateada está prácticamente llena.

Cruzo, subo un poco y giro a la izquierda. De pronto es como si la gente se hubiera volatilizado. Encuentro la cafetería. Estuve hace unos meses con Carmen y Sofía. Me encanta que me descubran lugares así.

Pido café y un trozo de tarta (un día es un día y el paseo de hoy va ya para largo). Me acomodo en una mesita en el centro del establecimiento. Es pequeñito pero muy acogedor. Me pongo a escribir aunque la vista y la concentración se me va en más de una ocasión hacia lo que me rodea. Cuando los sentidos están despiertos no es tan fácil hacerlos callar. Tampoco hace falta.

La chica que me atiende: bajita, con coleta y pelo azul, deportivas desgastadas. La otra se encarga de preparar los cafés y es más alta. Hacen un buen equipo. A ratos hablan, a ratos se miran cómplices.

Frente a mi hay una chica americana (eso lo escucho después comentar a las dos camareras), tiene dos platos con ensaladas y bebe vasos de agua. Luego entran dos jóvenes: él con una maleta y ella con la mirada muy viva. A mi lado hay dos chicos que ya han acabado su consumición pero siguen poniéndose al día. Me gusta la luz, discreta pero lo suficientemente intensa. Hay música, suave. Así, sí.

Me termino el café. Aún tengo historias por escribir pero no quiero que se me haga más tarde. Ya no llevo reloj en la muñeca pero sigo dependiendo demasiado del tiempo. Del tiempo y los recuerdos. Recojo los bártulos y me despido de las amables camareras. Volveré. No creo que a mucho tardar. Me lanzo de nuevo a las calles de Madrid...

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