Una gota desciende por la montaña, no se acerca al río, recela de las fuentes pero las observa en la distancia; prueba el juego de la imitación, se deja fluir en el fango y cuando se acerca al mar, se estanca, cautelosa, reteniendo cada átomo en contra de la fuerza de la gravedad... y pufff... desaparece.
Una voz descubre su timbre, banaliza su tono y escupe en silencio; se esconde en aquella ciudad del norte de estrellas sin noche, pasa a habitar la luna y cuando encuentra el sol que la ilumina, huye con una maleta de acero. Un nuevo hogar es aquella otra ciudad del sur, donde se podía cantar aunque no hubiera melodía. Es un refugio que acaba llevándose el viento, no un tornado, sino el devenir del tiempo.
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