domingo, 27 de febrero de 2022

Cordialidad y hojas secas

Aparcas un par de manzanas más allá. Esperas. No sabes muy bien qué pero te quedas inmóvil. Observas la gente pasar y analizas su rostro. Quieres reconocerlos, una cara familiar que te transporte a tus tiernos días de infancia. Simplemente no sucede. No le das importancia. Sabes que la mayoría se mudó. Es lo normal.

Llevas la mano a la puerta y, antes de bajar la manecilla, te miras en el espejo retrovisor. Dudas que sea buena idea. Acabas por convencerte de que nada a cambiado. Si acaso ahora tu pelo luce mejor y no con aquellas greñas de la adolescencia. Sales. Cierras el coche y guardas la llave en el bolsillo izquierdo de tu pantalón. De pronto es como que te sientes vivo por primera vez en mucho tiempo. Notas la adrenalina recorrer tus venas.

Caminas despacio respirando lo que crees el aire más puro que ha entrado jamás en tus pulmones. Sabes que es mentira porque allí antes estaba prohibido el acceso de coches y ahora hay dos parkings solo en el centro. Compruebas la hora en el móvil. Sabes que no vas a llegar tarde pero tampoco te gustaría ser de los primeros. Ves la notificación de doscientos cuarenta y un mensajes nuevos en el chat del grupo. La ignoras. También ves que ella te ha escrito. Te gustaría no haber visto ese mensaje pero ya es tarde y no puedes ignorar sus palabras. Respondes de forma escueta pero cariñosa y añades un par de emoticonos que en realidad vuelven confusas tus palabras.

Llegas a la portilla. Escuchas el griterío en el jardín de atrás. Sonríes. Casi puedes verte por allí con manguitos preparándote para una de vuestras míticas guerras de agua. Alguien te agarra efusivamente por el cuello. Saludas tratando de recuperar la respiración. Entras. En realidad te ves arrastrado. Abrazas a tus tías, comentas con tus tíos lo rápido que ha pasado el tiempo, te reencuentras con tus primos, se te mezclan los nombres de sus parejas y sigues saludando a unos y otros aunque no sepas muy bien qué hacen allí. Evitas que tu mirada se pose en otros ojos y en cuanto tienes la mínima oportunidad, huyes escaleras arriba.

Ignoras el horrendo mantel del aparador al principio del pasillo pero te aseguras de que el cuadro de los tatarabuelos sigue en su sitio. Te da tanto miedo como siempre. Eso te alegra. Vas directo al que fuera tu cuarto. Aún siguen en la pared las marcas de tus pósteres y en el alféizar de la ventana aún se aprecian las letras que grabaste aquel día de otoño. Las acaricias asqueado.

Abres el armario y sacas el tercer cajón, metes la mano hasta el fondo y, con máxima delicadeza, sacas un pañuela de tela que algún día fue blanco. Lo abres. Hay varias flores secas. Tu rostro parece inexpresivo. Esperas encontrarlas. Obviamente ellos no lo iban a tocar. Tu mirada sí que ha cambiado. Solo un instante. Lo devuelves a su escondite evitando hacer ruido, no porque temas ser descubierto sino porque consideras ese silencio una muestra más de la indeferencia.

Coges la cajita de madera que hay sobre la mesilla. Sacas las llaves. Esos pedacitos de acero eran el poder. Te guardas el llavero en el bolsillo derecho del pantalón y devuelves el manojo al cofre.

Bajo la cama siguen tus alpargatas. Te las pruebas. Te aprietan bastante. En realidad nunca las llegaste a utilizar. Te parecían incómodas aunque no habías probado a andar con ellas. Las compraste tú. No fue un capricho. Tenía sentido. Entonces todo tenía sentido. Las devuelves a donde estaban.

Pasas la noche entre conversaciones superfluas y algún que otro momento emotivo. Bebes. Sabes que te estás pasando. Tomas algún canapé y te atiborras a pistachos porque en esa casa siempre hubo miedo a que os atragantárais con los frutos secos y estaban prohibidos. Bailas, ni al ritmo de la música ni por gusto, pero bailas. También berreas alguna canción.

Cuando el amanecer comienza a iluminar el horizonte, sales al porche. Te enternece erecordar cuántas veces le pedíais deseos a las estrellas fugaces. Te sientas en el césped. Solo. Ahí donde solíais acumular las hojas en otoño como lo que parecía un gesto amable por colaborar en el cuidado del jardín, pero que en realidad era la montaña bajo la que os escondíais para asustar a los mayores. En silencio. Ahí donde daba igual el barro y la humedad. Te levantas. Solo y en silencio.

martes, 22 de febrero de 2022

Lejos

Notar la ausencia, rodearla en un intento por averiguar sus dimensiones. Correr por toda su superficie. Agotarse al no encontrar sus límites. Decidir que no hace falta una cifra exacta, está ahí y eso es innegable. Querer clavarle un puñal, asesinarla y darla por muerta. Sentir que es más grande que uno mismo y va a hacer colapsar el sistema. No vale obviar su presencia, es entonces cuando crece. Y aplasta.

Aceptar ese vacío, acunarlo con paciencia hasta que parezca dormido. Darle su tiempo y su espacio. Cubrirlo suavemente con una manta cuando caiga el rocío. Comprar helados de su sabor preferido. Reir a carcajadas y llorar despacio. Dibujar un futuro que nunca va a ser ya y colorear un pasado que tampoco era tan idílico. Pensar que siempre va a estar ahí para protegerte. Desear que se marche de una vez por todas. Abrazarlo con temor a dañarlo y soltarlo cuando ya te ha hecho sangrar. Bucear en cada instante. Permitir que el sol lo despierte.

Descubrir que se ha ido y se puede recordar con cariño.

viernes, 18 de febrero de 2022

Otro paseo

El bosque se ha callado, ¿te has dado cuenta? Casi parece que el viento ha dejado de agitar las hojas para nosotros, para que seamos conscientes de que nos estamos chillando. Pero da igual, porque no nos escuchamos. Solo nos falta suplicarle a los pájaros que vuelvan a piar, por si su arrullo fuera capaz de mediar en nuestra discusión.

Vamos a esperar a que caiga la noche. ¿Me lo prometes? No nos moveremos de aquí hasta solucionarlo. El frío nos hará entrar en razón. El primero que deje de sentir las manos será quien ceda. El otro le abrazará y quizá incluso haya un beso apasionado. Llegaremos a un acuerdo, como cuando estuvimos en la playa. O aquella otra vez en la montaña. La próxima vez soy yo quien elige el destino. Estoy dudando entre el desierto y la consulta de un psicólogo. Si lo dijera ahora mismo en voz alta, me prestarías atención. No lo haré.

Quiero que lo arreglemos. ¿Estamos juntos en esto, no? Aunque sea para un rato más. Quizá cuando cumpla los cincuenta sea el momento de un gran giro. Entonces nos podremos separar. Antes no. Dirás que soy una egoísta, pero en secreto lo agradecerás. Tú también sabes ser egoísta aunque yo nunca te lo reproche, porque envidio tu lista de prioridades, que seas capaz de concederte tu tiempo y tu espacio, que sepas respirar bajo el agua. Yo no sé. Creo que me has intentado enseñar y no te he dejado.

Desde aquí no se pueden ver las estrellas fugaces. ¿Aún les pides deseos? Yo nunca creí en la magia, pero es bonito. Me gusta verlas. Si supiera que un solo deseo se va a cumplir, pediría echarte de menos. Porque entonces los dos estaríamos lejos aunque siguiéramos viviendo en la misma ciudad. Nos esforzaríamos de verdad en pasar página. O en arrancarla. O en no hacerlo y regresar al primer párrafo para comprender de qué iba todo esto.

Tengo sed y pronto va a amanecer. ¿Podemos volver ya a casa? Cuando lleguemos al coche podrás ver las estrellas. En el valle todo está en calma.

miércoles, 16 de febrero de 2022

La mayor parte del tiempo

Los colores superan la situación de equilibrio y no solo no admiten más sustancia que disolver sino que se han vuelto irreconocibles. Son manchas que revolotean en torno a la hoguera, suben por la chimenea y se diluyen en la niebla.

Las luces parpadean conjurando nuevas formas de llamar la atención y plantar una estaca entre los párpados y la córnea. Son una sucesión de ondas como espadas que atraviesan el iris aliadas con las partículas que bombardean la retina.

El ejambre de ruidos se aproxima al tímpano y sostiene su vibrato. Son canciones que huyen de su melodía y no quieren un refugio sino escabullirse de la trinchera para llegar antes a la conclusión, sea cual sea.

La ráfaga de viento encuentra cuerpos en los que transmutarse y sacude el horizonte hasta que los pies olvidan la ley de la gravitación. Son cristales que juegan con la piel pálida y la arañan antes de rozarla.

Los sabores abrasan las papilas gustativas y derraman sobre el esófago cada gota de bilis que aspira a ser vomitada. Son reacciones químicas que apuestan por recuperar la energía desprendida y utilizarla para dejar sus huellas sobre la superficie de la luna.

Los perfumes se adhieren a la espalda para no ser alcanzados y emiten risas malvadas que confunden a las sombras. Son los alfileres perdidos entre los cojines del sofá y encontrados entre las plaquetas y los glóbulos rojos que recorren las venas de las extremidades superiores.

Las voces se sublevan a los mensajes ignorados y arremeten contra las promesas en avanzado estado de descomposición. Son los alegatos que residen en los alvéolos y pugnan por la exhalación decisiva.

Los impulsos nerviosos pierden el tren por una milésima de segundo y se preguntan si el entrenamiento para la maratón está siendo insuficiente. Son las cadenas que crecen al pie de la montaña y estorban a la escarcha.

jueves, 10 de febrero de 2022

Trescientos sesenta y cinco días y seis horas

Es un camino por el bosque, a veces cubierto de zarzas; en otras ocasiones, de hierba virgen. Algo así como la lluvia intermitente que no moja pero hiela los huesos. Quizá un poco de viento para el pájaro que aprende a volar. O la arena fina de la playa cuando la piel es susceptible de ser arañada.

Es un sendero que transcurre al borde del acantilado, con el graznido de las gaviotas y el rugido de la tormenta. Algo así como el tiempo que se aborda desde la incertidumbre porque es más real. Quizá una ola deslizándose suavemente sobre la siguiente. O esa mirada tierna del que sueña y además toca las estrellas.

Es una bifurcación constante en medio de la ciudad. Algo así como esa acera abarrotada en la que hacer un eslalon perfecto. Quizá una cafetería de amables dependientas y música calmada. O ese rincón de libertad que se traslada a una calle diferente cada vez que llega el equilibrio.

Es una pista que serpentea por una montaña del norte, con ese verde intenso que quiere cortar la respiración. Algo así como una inyección de adrenalina que se reserva en la nevera. Quizá ese viaje que mastica su tiempo para una correcta digestión. O un abrazo cómplice cuando llega el silencio.

Es la vereda de un prado al que pronto llegará la primavera, con sus flores de colores y el rumor del agua fluyendo por el río. Algo así como una voz conocida que se había perdido y escarba con garra y elegancia para recuperar su trono. Quizá un poco de incienso para confundir a la niebla. O una hoguera en la noche para asar malvaviscos.

martes, 8 de febrero de 2022

Exploración sobre la violencia y otras metáforas

Reventar el silencio a palazos, hacer de cada susurro un puñal que se afila desgarrando la piel, pellizcar sobre la herida y hurgar en la sangre. Disparar una bala que nunca llega y siempre impacta en el centro de la diana. Fingir que el caudal del río no se desborda y que la falta de oxígeno conduce por error al ahogamiento, o que la tierra agradece la sequía porque el veneno puede gangrenar con más eficacia.

Devorar la soledad en cada cuneta y plantar una amapola que sea la cruz del tesoro. Amortajar las palabras previamente enterradas y condenarlas de nuevo a la hoguera, dejar que las llamas cubran cada miseria y empañen cada esperanza. Clavar la aguja donde el dolor invalide los nervios. Arrancar con los dientes el último aliento y después dejar que se infecte hasta evidenciar que la vida fue otra cosa.

Cercenar el tiempo medido, el que había jugado con la memoria y agasajado los sueños que escaparon del miedo. Pasarlo por la guillotina y acompañarlo hasta la horca. Permitir que se bañe en la lava y se recueste en la alambrada. Otorgarle una trinchera con explosivos ya prendidos. No hablar de guerra mientras se ensancha el cementerio, esperar una duración imprudente para culpabilizar a los de más allá. Arañar cuando la estampida cuelgue el aforo completo. Darle sangría y justificar el documento.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Celebremos

Frente al acantilado.
No, desde un balcón con vistas.

En un jardín floreado.
Al anochecer
y con estrellas fugaces.

No, no, no.

En tu mirada
confianza y sosiego,
sonrisas en la tormenta.
En tus ojos
felicidad perpetua.

No, no, no.

Inquietante.
Entre tinieblas.
Puro.

Ayer te hubiera dicho...
Mañana te contaré...
No.
No.
Mejor ahora.


14-02-2017